La Mujer Barbuda: Lagartos terribles
Un Kromosaurus viene desde lejos, Trilobite, Longisquama, Microceratops, Dimetrodón, Alvarezsaurus, Pachycephalosaurus, Carbono 14, Dilophosaurus, Quetzalcoatlus, Baryonyx, Nahuelito
Músicos:
Franco Fontanarrosa: bajo, procesadores, objetos, juguetes, edición y montaje
Lulo Isod: batería, objetos, juguetes
Sergio Álvarez: guitarra eléctrica, procesadores, objetos, juguetes
Martín Pantyrer: saxos soprano, tenor y barítono, clarinete, clarinete alto y bajo, objetos, juguetes
Sello y año: S’Music, 2011
Calificación: Está muy bien
Lo primero que uno (“uno” en este caso soy yo) se pregunta es por qué la mayoría de los temas de un CD que se titula Lagartos terribles lleva nombre de dinosaurios, esos bichitos que (parece que fue ayer) dominaron los ecosistemas terrestres del período Mesozoico durante unos 160 millones de años (más o menos) y que dejaron de existir, quién lo hubiera dicho, hace apenas 13 millones de lustros o, si lo prefiere, 780.000.000 de meses. No le saco los días ni las horas ni los minutos porque habría que revisar el tema de los años bisiestos y no queremos desde este lugar sagrado brindarle información errónea que pueda situarlo en un lugar de incomodidad que provoque, tal vez, algún trastorno psíquico o psicológico de largo alcance. De todas maneras… la idea de que fue hace una bocha de tiempo, ya está, ¿no?
No obstante, la explicación a aquella pregunta del inicio es muy sencilla. Dinosaurio, en latín, es dinosaurus; que a su vez proviene del griego δεινός σαῦρος, que se pronuncia algo así como deinos sauros y que se traduce habitualmente como Lagartos terribles. Por supuesto que también puede dirigirse usted al diccionario de la RAE (si no me informaron mal, el 108 lo deja cerquita), donde encontrará una definición de pacotilla pero que las altas autoridades han consensuado. Nuestro faro castellanil define dinosaurio de la siguiente manera: “Se dice de ciertos reptiles fósiles que son los animales terrestres más grandes que han existido, con cabeza pequeña, cuello largo, cola robusta y larga, y extremidades posteriores más largas que las anteriores, y otros con las cuatro extremidades casi iguales, como el diplodoco”. Además la define como un adjetivo, aunque aclara “U. t. c. s.”, que viene a significar “usada también como sustantivo”. Cada vez entiendo menos… ¿cierto reptil fósil es un adjetivo? Porque no se aclara como una acepción, como la que uno (u otro) puede usar para/contra algún ser despreciable (ejemplo a mano: Los dinosaurios, Charly García) o como la usada por los punks (decididamente) contra los grupos setentistas de rock sinfónico.
Pero además… “¿se dice?” ¿Uno va en busca de una certeza y la RAE sentencia con un “se dice”? En cualquier momento nos encontramos con que un epíteto es definido por la RAE basándose en “fuentes bien informadas”… La verdad que… ¿”se dice”? ¡”Se dice”! Se dice… cada cosa…
Discúlpeme… yo simplemente quería hacer referencia al segundo álbum de La Mujer Barbuda, que lidera el bajista y compositor Franco Fontanarrosa y que completan el baterista Lulo Isod, el guitarrista Sergio Álvarez y el saxofonista y clarinetista Martín Pantyrer. A tres años de Música para cuando aparece un monstruo, el magnífico álbum debut que fuera reseñado oportunamente en este site, el cuarteto se despacha con Lagartos terribles y sus doce composiciones originales a cargo de su líder.
La apertura es con una advertencia: Un Kronosaurus viene desde lejos. Es que el Kronosaurus (que supo andar por Australia y América del Sur) fue un bicho que llegaba a medir 12 metros y a pesar 15 toneladas. Habitaba en los océanos (dicen que nadaba mejor que Meolans) pero también salía a la superficie. Es considerado el súper predador de la época, una especie de Martín Karadagián que en lugar del cortito o el piquete de ojos te manducaba con una dentadura más reluciente que la de Ronaldinho (crack). Y el título está bien, ya que la música va apareciendo progresivamente, en una suerte de fade in, con el Kronosaurus a todo galope y acrecentando velocidad y potencia a medida que los segundos transcurren. Esta apertura no es como para huir, muy por el contrario… hasta dan ganas de hacerle frente al Kronosaurus ése; y además permite afirmar que lo de “grupo de jazz”, en este caso, resulta harto insuficiente. Muy por el contrario, a fuerza de potencia, distorsiones y ausencia de redes, estamos mucho más cerca de, por ejemplo, el trash. Bienvenido.
El segundo track está dedicado al Trilobite, otro capo de los fondos oceánicos durante, apenas, 350 millones de años. Dentro de la terrorífica densidad (con algún atisbo folclórico pero bien allá, al fondo del… mar) que no desentona con el track inicial y por sobre un bombardeo sonoro alejado de toda placidez, sobresale el saxo de Martín Pantyrer. En Longisquama aparece un espíritu lúdico que nunca estuvo ausente, pero que aquí se manifiesta claramente con la utilización de objetos y juguetes. Fontanarrosa comanda, bien acompañado por Lulo Isod; y, entre cortes abruptos y direcciones musicales que invitan al extravío, Álvarez y Pantyrer también se prenden fuego. El ataque de estos Lagartos terribles continúa en Microceratops que, a esta altura, bien podría ser considerado un hit single. Pantyrer sigue demostrando que está en un momento de gracia. Y el cuarteto sigue divirtiéndose y divirtiéndonos, incluso apelando a cierta atmósfera símil a una marcha fúnebre. Es más… ya estoy queriendo tener un dinosaurito en la mesita de luz… uno chiquito… algo así como un dinosaurio bonsái.
Dimetrodón amenaza con un blues… pero no. Con menor aspereza, y luego de las distorsiones iniciales, Sergio Álvarez demuestra que es uno de los guitarristas (músicos) argentinos más dúctiles de la actualidad. De los más confiables y creativos, además. Su momento en soledad es inesperado y mágico. Cuando Fontanarrosa decide que el cuarteto despegue, Pantyrer lidera con autoridad mientras la batalla sigue por detrás.
Alvarezsaurus brinda un entramado complejo, pegadizo, adictivo, con un soberbio trabajo conjunto entre Álvarez (no podía ser de otra manera, tratándose de un antepasado) y Pantyrer. El tándem Fontanarrosa / Isod proporciona una base todo terreno donde la sensación (aunque errónea, claro está) es que sobre ella podemos tocar usted, yo… o sea…
La introducción de Pantyrer en Pachycephalosaurus augura algo bueno. Y nos equivocamos. No es bueno lo que sigue: es genial. Más relajados a esta altura que en el primer tercio del CD, el cuarteto suena como una banda afiatada donde los egos parecen haber sido aplastados por animales antiquísimos, habida cuenta del reparto de protagonismo entre los integrantes, sin dejar de lado el alto nivel compositivo e instrumental aquí presentes. Eso sí, permítame destacar la intervención de Sergio Álvarez hacia el final… un deslumbramiento, créame.
La breve Carbono 14 es un puente que desemboca en Dilophosaurus, donde se retoma el vigor inicial, pero por 30 segundos. Luego es Pantyrer quien guía a sus compañeros a riesgo de que se le rebelen. Esto ocurre, una vez más, con el guitarrista, en una entrega subyugante. El Quetzalcoatlus pertenece a la familia de los pterodáctilos. En esencia estamos frente a una melodía pop. Pero a la cual le pasó por encima un Quetzalcoatlus, esa especie de pelícano demoníaco cuyo peso rondaba los 100 kg. Nuevamente, un admirable trabajo de la sociedad Fontanarrosa / Isod.
Baryonyx, la pieza más larga del álbum, invita a que los parlantes exploten aunque deba tolerar el reclamo de sus vecinos. Esto, en los primeros dos minutos y medio. Luego, el noise, la clásica contemporánea, las distorsiones, los caminos que se bifurcan, la pericia, el ruido-con-sentido (y no consentido) y Fontanarrosa que decide que al Baryonyx le gustaba el blues. Ah… todavía no se lo dije: recomiéndole la escucha con auriculares: el dueto final a cargo de Pantyrer y Álvarez lo amerita.
Lagartos terribles finaliza con Nahuelito. Una suerte de extra-partidario en este álbum conceptual ya que refiere a un supuesto monstruo marino que habita en el lago Nahuel Huapi (Bariloche, provincia de Río Negro, Argentina). No obstante, entre las múltiples teorías que defienden su existencia (como contrapartida a varias que la niegan –a la existencia-), está la de que se trata de un sobreviviente de la época de los dinosaurios. Pero qué más da… Si cuando el Nahuelito se despereza lo hace a sus anchas, tomándose su tiempo hasta que despunta el día o el Nahuelito asoma, elija usted, en una atmósfera densa, cargada, cansina, hipnótica, a riesgo de que el monstruito patagónico ataque por sorpresa. Si usted está leyendo esto, es que el Nahuelito se apiadó y pasó de largo.
Pero permítame aclararle que si hay algo que no puede dejar pasar de largo es a este segundo álbum de La Mujer Barbuda cuyo título, Lagartos terribles es –si se me permite y con todo respeto- casi una definición del carácter de los músicos que integran el cuarteto. No en referencia a lo de lagartos, claro está. Pero que son terribles, no lo dude.
La Mujer Barbuda demuestra en ésta, su segunda entrega, que es una de las realidades más renovadoras, desprejuiciadas y concretas del panorama musical contemporáneo argentino. Aquí confirman las bondades de su disco debut a lo largo de 12 composiciones que conforman un álbum conceptual. No obstante, (me) es necesario recalcar cierta tendencia a la reiteración de fórmulas en los rubros composición y arreglos. Esto, mirando a los monstruitos con lupa, claro está…
Los dinosaurios puede que se hayan extinguido (al menos eso dicen); pero estos Lagartos terribles ratifican (afortunadamente) la existencia de La Mujer Barbuda, una banda en la que confluyen cuatro músicos de excepción, estilos de diversas procedencias (jazz, rock, clásica contemporánea, libre improvisación, trash, electrónica, etc.) y una singular pátina de humor, desparpajo e irreverencia. Falta, apenas, que la cota entre la intención y el resultado final, se achique un poco más.
Marcelo Morales