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Jessica Lurie Ensemble: Megaphone Heart

Steady Drum, A Million Pieces All in One, Bells, Megaphone Heart, Same Moon, Maps, Der Nister, Zasto, Boot Heels, Once

 

Músicos:

Jessica Lurie: saxo alto, saxo tenor, saxo barítono, flauta, voz, megáfono

Brandon Seabrook: guitarra, banjo, tape recorder

Erik Deutsch: piano, piano eléctrico, órgano

Todd Sickafoose: contrabajo

Allison Miller: batería, percusión

Marika Hughes: cello

 

Sello y año: Zipa! Music, 2012

Calificación: Dame dos

 

Hay que escuchar a la cabeza pero dejar hablar al corazón (Marguerite Yourcenar)

 

El corazón –como todos sabemos- es un órgano de naturaleza muscular situado en la cavidad torácica que actúa como impulsor de la sangre a todo el cuerpo. No obstante, el término “corazón” también se ha infiltrado en un sinnúmero de nociones, actividades y elementos de uso cotidiano. A modo de ejemplo al azar, basta con citar que el corazón dio sentido al nacimiento de la cardiología y por ende a la existencia de los cardiólogos. Incluso resulta lógico suponer que en el caso de que alguien –después de años de estudios dedicados a cosas tales como la fisiología cardiovascular o patología y bioestadística cardíaca- descubriera que el corazón no existe… terminaría poco menos que al borde de un infarto. La forma del corazón es también la principal fuente de ingresos de quienes se dedican a fabricar y vender souvenires para el día de los enamorados, lo cual no está tan mal… De hecho me parece mucho más glamoroso y romántico regalar bombones en un estuche con formato de corazón que en uno que se asemeje al escroto, las glándulas salivales o el intestino grueso. La inexistencia del corazón generaría confusiones, dudas y múltiples cambios de comportamiento. Un fracaso sentimental, en lugar de destrozarnos el corazón, nos rompería los tímpanos, las gónadas o el bulbo raquídeo; ya no podría matarse a un vampiro clavándole una estaca en el corazón sino que deberíamos hacerlo en otro lugar de su anatomía y, en este momento, se me ocurre uno que puede resultar un poco desagradable para el ejecutor pero mucho más humillante para el vampiro. Las barajas francesas ya no tendrían 52 cartas repartidas en cuatro palos sino 39 divididas en tréboles, picas y diamantes; por lo tanto se puede inferir que para ganar en el póker con un royal flush de corazones harían falta un tahúr profesional de un lado y varios imbéciles del otro. Además ya no tendríamos corazonadas, no encontraríamos personas de buen corazón, ninguna situación nos obligaría “hacer de tripas corazón” o nos llevaría a vivir “con el corazón en la boca”; y para que Cupido nos conceda el amor, en lugar de atravesarnos el corazón con una flecha de oro tendría que invitarnos a tomar un café e hilvanar argumentos más o menos convincentes. En definitiva, sin corazón, nuestras vidas cambiarían drásticamente. Ya nada sería igual. Y se lo digo de corazón.

 

La humanidad ha utilizado al corazón de manera figurada para referirse al alma, el amor y los sentimientos; e, incluso, en la mayoría de las escrituras sagradas corresponde a la noción de centro y sirve –además- para designar la esencia de todas las cosas. El hinduismo considera al corazón como Brahmapura, la morada de Brahma y representa a la luz espiritual; en la tradición islámica es el trono de Dios y se asocia a la contemplación y la vida espiritual; para el cristianismo es el lugar en donde reside el Reino de Dios y, por ende, oficia como sede del amor supremo; en tanto que para el budismo, la perfección de la sabiduría sólo se alcanza cultivando mente y corazón a través de la meditación y la plena conciencia del presente en forma continua.

En las tradiciones seculares modernas el corazón se ha convertido en un símbolo de amor profano que engloba, por igual, conceptos muy heterogéneos sin necesidad de distinguirlos y que van desde la caracterización del corazón como una tercera potencia espiritual –pensamiento que el filósofo francés Blaise Pascal representara mediante su máxima “el corazón tiene razones que la razón no entiende”- hasta la ramplona frivolidad de los arquetipos románticos que pregonan las revistas de la farándula.

Lo cierto es que todos, de un modo natural, nos manifestamos proclives a escuchar los dictados de nuestro corazón para la toma de decisiones porque intuimos –como afirma Paulo Coehlo en El Alquimista– que para elegir un camino en la vida “basta con aprender a escuchar los dictados del corazón y a descifrar un lenguaje que está más allá de las palabras, el que nos muestra aquello que los ojos no pueden ver…”

El descifre de esos mensajes del corazón es equiparable a la interpretación de los sueños, debido a que su emisión puede revelar contenidos inconscientes, portar un sentido alegórico y requerir de una elaboración secundaria o del establecimiento de cadenas asociativas que permitan descubrir su contenido latente. Ergo, para desentrañar esos mensajes no basta con escuchar; también hay que saber hacerlo, ya que mucho de ese lenguaje que nos llega del corazón es tan fuerte y poderoso como confuso y distorsionado, casi como si el corazón nos hablara a través de un megáfono.

 

Y esta última idea – como luego veremos- es la que subyace en el tema que da título al nuevo álbum del Jessica Lurie Ensemble: Megaphone Heart.

La trayectoria de la saxofonista, flautista, cantante y compositora Jessica Lurie se ha diversificado en proyectos invariablemente caracterizados por su amplitud estilística: góspel, bluegrass, música de los Balcanes, jazz y funk con el Tiptons Sax Quartet, avant-jazz, soul, funk y rock junto a Living Daylights, latin-jazz y groove con La Buya y un abordaje interdisciplinario entre música y pintura en vivo como los exhibidos en la serie de emprendimientos en comunión con el afamado artista visual Danijel Zezelj.

De todos modos, el proyecto que mejor ha expresado las múltiples fuentes de inspiración en las que abreva su ideario estético es el Jessica Lurie Ensemble. La discografía de la banda, aun con distintas alineaciones, ha quedado debidamente testimoniada en los álbumes Motorbison Serenade de 2001, Zipa! Buka! en 2002; Tiger, Tiger y Licorice & Smoke de 2006 y Shop of Wild Dreams en 2009, trabajo en el que la banda adoptaría su actual formación. En el Jessica Lurie Ensemble se dan cita el folk, la música klezmer, el rock, la world music, el soul y la vanguardia; y en su prédica conviven con naturalidad el formato canción y la música instrumental, el material compuesto y la improvisación; los géneros tradicionales y el jazz de avanzada.

 

La apertura del álbum, con el breve Steady Drum –sobre textos del artista visual Howard Finster dedicados a Paradise Garden, obra de su autoría realizada con objetos encontrados y materiales reciclados a la que se considera un ícono del arte pop–, se prolonga en una aquilatada reexposición de estilo con A Million Pieces All in One. Ambas piezas se aposentan en el formato canción, nos hablan de los elementos dispersos que al reunirse dan una nueva forma a la persona (“Tomé las piezas arrojadas a tu paso y las reuní noche y día… Un millón de piezas deshechas, un millón de piezas todas en una”) e interpola, en el banjo de Brandon Seabrook, un ostinato típico de la música andina para charango que luce a medio camino entre la nostalgia del yaraví incaico y la alegría de los huaynos peruanos.

Bells es una pieza instrumental de Jessica Lurie –inspirada en una fotografía del jardín de la madre de la autora- que conjuga la libertad de la libre improvisación, los rasgos hispánicos contenidos en el acervo de la música judía sefardí y la crudeza del punk. Todo realzado por los coloridos ornamentos que provee la guitarra de Brandon Seabrook, la solidez del tándem rítmico que conforman el contrabajo de Todd Sickafoose y la batería de Allison Miller, los detalles melódicos que emergen del saxo de Lurie y por un solo de Erik Deutsch en teclados con aires retro-futuristas.

 

En el tema Megaphone Heart, el sonido aumentado y la distorsión característica del megáfono es utilizado como una parábola para describir la forma en la que el corazón se manifiesta ante un hecho doloroso. Esta pieza –muy próxima al formato de balada- explora el sufrimiento padecido por la autora ante la pérdida de cinco amigos que fallecieran recientemente víctimas del cáncer, mediante una línea poética que se aleja del melodrama al pedirle al amigo ausente que le envíe una tarjeta postal para explicar si al partir “el alma vuela o se mantiene aquí abajo” y para luego avisarle que siempre “podrás escucharnos claramente cuando te llamemos con el viejo megáfono”.

Al delicado instrumental Same Moon –con notables aportes de Jessica Lurie en saxo y Erik Deutsch en piano- le sobreviene el encantador alegato de Maps, pieza que -orillando los difusos contornos del country-blues y permitiendo apreciar en toda su dimensión la fenomenal e imaginativa labor de Brandon Seabrook en guitarra- nos habla de los encuentros y desencuentros entre dos amantes.

Luego se suceden el metal-klezmer instrumental de Der Nister (título que alude a la novela homónima perteneciente al famoso novelista en yiddish Pinchus Kahanovich), el enfoque camerístico de Zasto (con destacada participación de Marika Hughes en cello), la mixtura de lamento de los Balcanes y rock expresada en Boot Heels y el melancólico alegato folk de la balada Once.

 

En síntesis: Jessica Lurie, en Megaphone Heart, presenta un programa tan ecléctico, convincente, vivaz y emotivo como todo aquello que se expresa desde el corazón.

 

A dondequiera que vayas, ve con el corazón (Confucio)

 

Sergio Piccirilli

 

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