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Harris Eisenstadt x 2

Harris Eisenstadt: Canada Day III

Slow and Steady, Settled, A Whole New Amount of Interactivity, The Magician of Lublin, Song for Sara, Nosey Parker, Shuttle off this Mortal Coil, King of the Kutiriba

 

Músicos:

Harris Eisenstadt: batería

Garth Stevenson: contrabajo

Chris Dingman: vibráfono

Nate Wooley: trompeta

Matt Bauder: saxo tenor

 

Sello y año: Songlines, 2012

Calificación: A la marosca

 

 

Harris Eisenstadt: Canada Day Octet

The Ombudsman 1, The Ombudsman 2, The Ombudsman 3, The Ombudsman 4, Ballad for 10.6.7

 

Músicos:

Harris Eisenstadt: batería

Garth Stevenson: contrabajo

Chris Dingman: vibráfono

Dan Peck: tuba

Ray Anderson: trombón

Nate Wooley: trompeta

Matt Bauder: saxo tenor

Jason Mears: saxo alto

 

Sello y año: 482 Music, 2012

Calificación: Dame dos

 

Lo que llamamos casualidad no es ni puede ser sino la causa ignorada de un efecto desconocido (Voltaire)

 

La casualidad, según el diccionario de habla castellana, es “una combinación de circunstancias que no se pueden prever ni evitar”. La casualidad suele asociarse a los hechos inesperados e imprevistos, el azar, las eventualidades, los acontecimientos que se suceden sin haber sido planeados o las contingencias que ocurren accidentalmente. Incluso, con frecuencia, se adjudican a la casualidad muchos de los actos de la vida que acaecen más allá de nuestra comprensión. En las antípodas de la casualidad se encuentra la ley en virtud de la cual se producen efectos; es decir,la causalidad. De acuerdo a este principio se podría afirmar que cada fenómeno tiene un origen determinado o que todo suceso debería ser atribuible a una causa específica. Desde esa perspectiva, vale aseverar que existe una inseparable relación causa-efecto y que, por ende, nuestra vida estaría regida por una serie de hechos ligados entre sí en donde –más allá de su supuesta aleatoriedad- queda firmemente establecido que a toda causa le deviene un efecto.

La vida del ser humano está poblada de incógnitas que el individuo –de acuerdo a su propia visión- irá adjudicando a la causalidad ola casualidad. Noobstante, podemos colegir que la diferencia básica entre ambas es que en la causalidad intervienen la planificación y las acciones controladas, en tanto que en la casualidad las circunstancias ocurren ajustándose a conceptos muy similares a los del azar.

No vamos a dilucidar aquí y ahora la dicotomía obrante entre casualidad y causalidad pero, aun así, creo oportuno fijar mi posición al respecto. Durante mucho tiempo viví con los pies bien puestos sobre la tierra, convencido de que el mañana es consecuencia del hoy, proclive a las estrategias, los métodos y los planes e invariablemente apegado a la relación causa y efecto. Sin embargo -tal vez alentado por una exitosa sucesión de fracasos–, fui observando que muchos acontecimientos no sólo parecen ajenos a la ley suprema de la causalidad sino que, además, se producen “casualmente” o acontecen por fuera de nuestro control. Está claro que somos capaces de gobernar buena parte de lo que nos sucederá en la vida pero, del mismo modo, debemos aprender a convivir con la idea de lo eventual y lo impredecible. De hecho, no podemos elegir a nuestros padres, la nacionalidad, el sexo, la longevidad, el signo zodiacal o las aptitudes artísticas e intelectuales bajo las cuales hemos de nacer. Tampoco es posible evitar –por sólo citar un par de ejemplos- que en el cine, justo delante nuestro, se siente un jugador de la NBA (¡y con galera!) o que en lugar de tener como vecina a Miss Dinamarca y que en medio de la noche golpee nuestra puerta para decirnos “no funciona la calefacción, tengo frío y me siento sola” debemos colindar con un levantador de pesas ucraniano que todos los días viene a pedirnos que le pasemos aceite en el cuerpo y le masajeemos los músculos. Por cierto, mucho más impredecible sería imaginar la relación causa-efecto si quien dice tener frio, sentirse solo y pedir abrigo nocturno, fuera el aceitoso pesista ucraniano.

 

Una mirada profunda sobre los comportamientos humanos nos permitiría descubrir que muchas personas –adoptando un razonamiento bastante perverso- suelen atribuir todos sus aciertos a la ley de la causalidad y cada uno de sus fracasos a hechos puramente casuales o que obedecen a la mala fortuna. Esa inicua postura, llamativamente, aplica el concepto opuesto cuando se trata de los otros, haciendo que se observen los logros ajenos como algo absolutamente casual y sus desaciertos como la lógica consecuencia de una serie de causas especificas.

Por supuesto nada es absoluto en este mundo y, así como no faltará quien prefiera aceitar a un musculoso pesista ucraniano antes que acoger ala curvilínea Miss Dinamarca, también existen personas cuyos actos están rodeados por un cierto aura de infalibilidad en donde todo parece moverse de acuerdo a planes trazados, responder a causas específicas y sin dejar nada librado a la suerte o la casualidad.

El prestigioso compositor y baterista canadiense Harris Eisenstadt no sólo es una de las figuras emblemáticas de su generación sino que, además, bien podría pertenecer a esa elite a la que hacíamos mención en el párrafo anterior, ya que en su trayectoria artística asoma una permanente relación entre causa y efecto, aprendizaje y aplicación de conocimientos, planes y objetivos e impulso creativo y exposición de la obra.

 

En el prolífico cuerpo de trabajo desplegado por Eisenstadt se empalman -como si fuesen las piezas de un rompecabezas- los proyectos musicales propios (Canada Day, September Trio, Woodblocks Prints Ensemble) con los emprendimientos colectivos y las contribuciones como sesionista (Convergence Quartet, Nate Wooley Quintet, Jessica Pavone’s Army of Strangers, Wadada Leo Smith’s Silver Orchestra, etc.); en tanto que su sólida formación académica –que incluye estudios en el Jazz Composer Orchestra Institute de la Universidad de Columbia, una licenciatura cum laude en arte otorgada por English/Music Colby College, un master de Bellas Artes en African American Improvisational Music otorgado por el CalArts y clases privadas con Gerry Hemingway, Joe La Barbera y Wadada Leo Smith, entre otros- no sólo se manifiesta a través de su obra sino que además se prolonga a sus actuales labores como profesor adjunto en diferentes cátedras (Música Popular Americana, World Music, Historia dela Música Occidental, Batería en el Jazz, etc.) dela Universidad Estatal de Nueva York.

El planteamiento estético de Harris Eisenstadt se nutre de formas musicales diversas (jazz, world music, libre improvisación, música de cámara, ritmos tradicionales africanos, música antillana, etc.), pero integrado al desarrollo de su propia identidad y en donde aflora una búsqueda más orientada al enriquecimiento del vocabulario de un único lenguaje musical que al despliegue multilingüe. La fructífera producción discográfica que ha desplegado en años recientes, también brinda testimonio de su versatilidad para expresarse en diferentes contextos y formatos musicales y da cuenta de su predilección por acogerse a una estrategia composicional que, invariablemente, socava lo innecesario para privilegiar el núcleo de la idea emanada de la partitura. A este último principio –tal vez heredado de sus estudios junto a Wadada Leo Smith en el California Institute of the Arts– debe agregarse la particular e infrecuente capacidad para hacer que complejas estructuras armónicas y rítmicas se traduzcan en un alegato sonoro signado por la mesura, el equilibrio y una manifiesta claridad expositiva.

 

De todos las propuestas grupales en las que ha estado involucrado Harris Eisenstadt, el quinteto Canada Day -además de ser su proyecto más consolidado en el tiempo- es uno de los que mejor exhibe las cualidades mencionadas anteriormente y el que permite un cabal seguimiento de su evolución como compositor y líder de banda. Así lo documenta una sobresaliente discografía que incluye a los álbumes Canada Day de 2009, Canada Day II en 2011 (ambos con Harris Eisenstadt en batería, Matt Bauder en saxo, Chris Dingman en vibráfono, Nate Wooley en trompeta y Eivind Opsvik en contrabajo) y sus más recientes producciones: Canada Day III (con Garth Stevenson reemplazando a Opsvik) y Canada Day Octet (con el agregado al quinteto base de Ray Anderson en trombón, Dan Peck en tuba y Jason Mears en saxo).

En un contexto de permanente evolución, constante relación causa/efecto y sin espacios aparentes asignados a la casualidad, debe consignarse que la denominación Canada Day –contrario a lo que uno podría suponer tratándose de un músico nacido en Toronto- viene de un hecho fortuito ya que el quinteto original –aún sin nombre que lo identificara- debutó escénicamente el primero de julio de 2007; es decir, justo un día en el que se celebraba la fiesta nacional de Canadá o Canada Day.

Canada Day III es un álbum que muestra al quinteto en el cenit de su trayectoria, no sólo a causa del entendimiento obtenido con los años, la inspiración que destilan las composiciones y la evolución interpretativa exhibida por cada uno de los ejecutantes, sino también porque al momento de ingresar al estudio de grabación el grupo ya estaba muy familiarizado con el material (la mayoría de las piezas incluidas en este trabajo ha formado parte del repertorio escénico de la banda durante el último año). Esto parece haberle concedido al grupo un excepcional nivel de sofisticación y una cabal comprensión de los códigos secretos de cada una de las piezas contenidas en él.

 

Esas virtudes se revelan brillantemente desde la apertura con Slow and Steady, una auténtica apología de la sutileza –muy próxima al jazz de cámara- en donde aquello de “hacer simple lo complejo” se manifiesta con irrebatible claridad. La pieza (nacida al conjuro de Palimpsest, el primer trabajo orquestal de Harris Eisenstadt cuya premier tuvo lugar en 2011) reúne lirismo, relax y luminosidad en el marco de una exigente lectura de la partitura (que incluye un desdoblamiento simultáneo del fraseo, con dos músicos tocando frases de cuatro compases mientras otro dos lo hacen en seis y con la batería alternándose a ambos lados), en todo momento interpretada con maestría técnica, empatía y buen gusto.

El tono evanescente y los apolíneos contornos melódicos de la apertura se prologan en Settled, una irresistible composición de expresividad deliberadamente leve con delicados efectos ornamentales, una mecánica tonal serena -en donde todo aparece en equilibrio y armonía- e invalorables entradas de los solistas, en especial por parte de Nate Wooley en trompeta.

La dinámica de A Whole New Amount of Interactivity va alternando diferentes climas e intensidades en las graduaciones que, tras el impecable solo en batería a cargo de Harris Eisenstadt, se diluye en una burbujeante improvisación colectiva.

The Magician of Lublin (título que alude al libro homónimo del escritor polaco y Premio Nobel de literatura Isaac Bashevis Singer) transita inicialmente los brumosos perímetros del blues para luego dirigirse hacia el be-bop y desembocar con naturalidad en una conclusión a dúo entre la batería de Eisenstadt y el saxo de Matt Bauder.

Song for Sara (pieza dedicada a la notable fagotista -y esposa de Harris Eisenstadt– Sara Schoenbeck) nos ofrenda una estética impecable montada sobre tres ciclos rítmicos hilvanados mediante un exquisito alegato melódico de donde emerge la sobresaliente intervención solista de Chris Dingman en vibráfono.

La suma de colores, matices y contrastes de Nosey Parker encuentra su fundamento sonoro en la exitosa convergencia de los opuestos aparentes entre la improvisación libre y ciertos aires antillanos que confrontan el magistral uso de técnicas extendidas en trompeta por parte de Nate Wooley con el autorizado clasicismo manifestado por Matt Bauder durante su solo en saxo tenor.

El motif de Shuttle off this Mortal Coil atraviesa el vals con una reexposición en modo de marcha para, finalmente, confluir en una coda improvisada en tempo rubato.

El álbum cierra con las reposadas cadencias africanas de King of the Kutiriva.

 

Candada Day Octet forma parte del prolífico cuerpo de trabajo para formatos extendidos ya transitado por Harris Eisenstadt en los álbumes Fight or Flight de 2003, Ahimsa Orchestra en 2009, The All Seeing Eye + Octets de 2006 y Woodblock Prints de 2010. Sin embargo, a diferencia de éstos, en lugar de haber sido concebido como un proyecto en particular aquí todo fue estructurado sobre la base del quinteto Canada Day más el agregado en la alineación tímbrica de un saxo alto (Jason Mears), una tuba (Dan Peck) y un trombón (Ray Anderson). De hecho, la primera actuación del octeto –llevada a cabo en 2011 por invitación del blog Destination Out– se realizó con un único día de ensayo y adaptando material del quinteto. Recién meses más tarde, Eisenstadt trabajaría en las composiciones -especialmente ideadas para este proyecto- que terminaron dándole forma definitiva al álbum que ahora nos ocupa.

El ombudsman o defensor del pueblo es una autoridad del estado encargada de garantizar los derechos de los habitantes ante los abusos que puedan cometer el poder ejecutivo o legislativo de ese mismo estado. Esa idea de intermediación es utilizada aquí por su autor, no sólo para identificar correlativamente los cuatro primeros temas de este trabajo, sino que además se apropia del concepto para hacer una alegoría sobre la posible mediación entre los que abogan por la música creativa, la connivencia entre composición e improvisación, la coexistencia de lo abstracto con lo concreto y aquellos que no parecen suscribir a esos principios innovadores.

La estrategia composicional diseñada aquí por Harris Eisenstadt es fiel a las nociones estéticas que asoman en toda su obra y, por ende, de similares características a lo expuesto en Canada Day III. En todo caso, de existir diferencias, éstas residen en las dimensiones tímbricas y en el tiempo de asentamiento entre uno y otro proyecto.

The Ombudsman 1 es un abrazo a la tradición del jazz interceptado por breves segmentos de improvisación y notables aportes solistas de Harris Eisenstadt en batería, Jason Mears en saxo alto y Ray Anderson en trombón.

El tono ellingtoneano que transmite The Ombudsman 2 es defendido de manera impecable por el octeto y permite un especial lucimiento de Chris Dingman en vibráfono.

En el encantador The Ombudsman 3 se entrelazan un magnífico preludio en trompeta a cargo de Nate Wooley, los circunspectos aires procesionales de los vientos, una línea melódica minuciosamente elaborada, los mesurados matices de orfebrería que dibujan la batería de Harris Eisenstadt y la tuba de Dan Peck y las sobresalientes intervenciones solistas de Matt Bauder en saxo y Garth Stevenson en contrabajo.

Los efervescentes aires afrocubanos de The Ombudsman 4, luego de alcanzar su clímax en el soliloquio de Ray Anderson en trombón, se desvanecen en un equilibrado y gradual diminuendo hasta desaparecer.

El álbum concluye con el finísimo y sobrecogedor lirismo melódico de Ballad for 10.6.7.

 

En síntesis: Harris Eisenstadt, tanto en Canada Day III como en Canada Day Octet, al enhebrar sus dotes instrumentales, compositivas y de liderazgo, nos demuestra que para lograr los objetivos siempre es mejor arriesgar, eludir el conformismo y esforzarse, que sentarse a esperar a que el azar o la casualidad nos den lo que merecemos.

 

La vida es hermosa, vivirla no es una casualidad (Albert Einstein)

 

Sergio Piccirilli

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