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Andrés Hayes: El imperio de las luces

 

a-andres-hayes-quinteto-el-imperio-de-las-lucesSong for George Garzone, El elogio de la sombra, El imperio de las luces, Gratitud, Otras voces, El otro lado, Sudeste

 

Músicos:

 

Andrés Hayes: saxo tenor

Ernesto Jodos: piano

Patricio Carpossi: guitarra

Jerónimo Carmona: contrabajo

Pedro Ahets Etcheberry: batería

George Garzone: saxo tenor en Song for George Garzone y Gratitud

 

Sello y año: Sofá Records, 2013

Calificación: Está más que bien

 

Nacido en 1978, el saxofonista tenor, docente y compositor Andrés Hayes comenzó su carrera musical a los 13 años. Debutó como líder en 2010 con El silenciero, acompañado por Pedro Ahets Etcheberry (batería), Jerónimo Carmona (contrabajo), Patricio Carpossi (guitarra) y Hernán Jacinto (piano y synth Nord). Dos años después llegaría el sucesor, Desde un jardín, con el mismo quinteto con la excepción del ingreso de Ernesto Jodos en lugar de Hernán Jacinto.
Ex integrante de Mazaki Tazaki, Deshoras y HDV+HC (junto a músicos austríacos), en la actualidad integra Artistry Big Band y forma parte de los proyectos de Teo Cromberg, Hernán Mandelman, Juan Pablo Hernández, entre otros. Miembro fundador del sello Sofá Records, presenta en sociedad su tercer opus que lleva por título El imperio de las luces con la misma formación que su antecesor.

Como ya es habitual, el álbum contiene composiciones originales de Hayes salvo una de ellas, de autoría compartida con Gustavo Hernández, quien supo ser profesor de armonía y audio del saxofonista. No es ésta la única referencia “de vida” en el disco ya que otro de sus profesores, el saxofonista reconocido internacionalmente George Garzone (cuyo currículum impresiona por demás) participa en dos temas en carácter de invitado.

 

El imperio de las luces es, también, el nombre de un cuadro del pintor (surrealista dicen algunos; belga, su partida de nacimiento) René François Ghislain Magritte (1898 – 1967). El surrealismo (término cuya invención, creación o aplicación se le atribuye al escritor francés Guillaume Apollinaire en 1917 –agradezca que no le cuento que el nombre real del fulano es Wilhelm Albert Włodzimierz Apolinary Kostrowicki-), en cuanto a movimiento artístico, dio inicio en París con la edición del “Manifiesto surrealista” (1924) de André Breton, quien afirmaba que la situación histórica de posguerra exigía una expresión artística nueva que indagara en el subconsciente para comprender, así, al hombre en su totalidad. En el Manifiesto, Breton definió al surrealismo como un “automatismo psíquico puro por cuyo nombre se intenta expresar, verbalmente, por escrito o de cualquier otro modo, el funcionamiento real del pensamiento. Es un dictado del pensamiento, sin la intervención reguladora de la razón, ajeno a toda preocupación estética o moral”. Ha sido el movimiento vanguardístico que más ha durado; en gran medida, gracias al inmenso aporte que realizó a todas las artes y a su cohesión ideológica. Algunos, como Tristán Tzara, afirman que surgió (cual Ave Fénix) de las cenizas del dadaísmo.

El surrealismo (provocativo, molesto, enjundioso) también se conecta con el arte visionario, el psico-patológico y el primitivo. Tampoco estuvo ausente el aspecto político, lo que originó algunas disputas internas que provocaron el alejamiento de escritores como Paul Eluard y Luis Aragón. Si usted no tiene ni la menor idea de lo que estamos hablando, hágame un lugarcito que estamos en el mismo vagón.

No obstante la (mi) curiosidad (¿la misma que mató al gato?) pudo más y entonces le cuento que su apogeo llegó en 1938 cuando se llevó a cabo la Exposición Internacional del Surrealismo, en París, que  afirmó el poder creativo del subconsciente y cuya influencia e importancia se prolongó durante varias décadas, básicamente en varios países de América y Europa. Luego del estallido de la Segunda Guerra Mundial, algunos (entre ellos el visionario Breton) abandonan Francia y se instalan en los Estados Unidos, lugar donde –afirman ciertos entendidos- darían el puntapié inicial para la existencia de futuros movimientos como el Arte Pop y el Expresionismo Abstracto.

Además de los mencionados –y procedentes de distintas ramas- el surrealismo atrajo a numerosos artistas que dejarían su huella indeleble, a saber: Joan Miró, Marcel Duchamp, Salvador Dalí, Luis Buñuel, Francis Picabia, Max Ernst, Man Ray, Paul Klee, Jean Arp, Yves Tanguy, Paul Delvaux, etc.

 

b-Magritte-El-imperio-de-las-lucesPero no me distraiga más que me hace tomar tangentes en dirección al ocho acostado. Estábamos en que Andrés Hayes decidió llamar El imperio de las luces a su tercer álbum. Un título que es, a su vez, el nombre de un cuadro del pintor surrealista René Magritte que… disculpe… pero ya que estamos (y no me pregunte por qué) recuerdo un lindo tema (y hermoso video) de Paul Simon titulado René and Georgette Magritte with Their Dog After the War. La cuestión es que el propio Hayes es quien se encargó de hacer referencia al porqué del título del CD: “El imperio de las luces es un cuadro de Magritte, uno de mis pintores preferidos de la adolescencia. El primer pintor que me gustó fue Dalí, creo que es de más fácil alcance pero una vez que descubrí a Magritte, entendí realmente qué es el surrealismo. Pienso que Magritte lo pudo comunicar de manera más sencilla, y a mi entender con mejor gusto. El ejemplo más claro es ‘Esto no es una pipa’ y dibuja un pipa, además de simplificar el concepto del arte, maneja un humor increíble. Creo que Magritte fue uno de los primeros que me hizo plantear cómo quería hacer mi camino artístico. El cuadro ‘El imperio de las luces’ despliega un gran contraste en la representación en una misma obra del día y la noche. Creo que en el disco esto se ve reflejado en otros contrastes que dialogan todo el tiempo: lo luminoso y lo oscuro, lo fuerte y lo piano o bajito, lo rápido y lo lento”.

 

Y algo hay de lo mencionado por el saxofonista, si bien no puede considerarse al álbum de surrealista. Pero sí existen los contrastes, situando a El imperio de las luces en un punto intermedio entre El silenciero y Desde un jardín, sus dos entregas anteriores. En el tema de apertura, Song for George Garzone, el quinteto se transforma en sexteto por el aporte de, justamente, el saxofonista George Garzone. En un clima relajado, ambos tenores se complementan sin opacar el sólido trabajo realizado por los demás integrantes. El elogio de la sombra está más cerca de lo expuesto por el japonés Junichiro Tanizaki en su manifiesto sobre la estética japonesa que del poema pergeñado por Jorge Luis Borges en 1969. En –justamente- El elogio de la sombra, que Tanizaki escribiera en 1933, el asiático afirma: “En Occidente, el más poderoso aliado de la belleza fue siempre la luz; en la estética tradicional japonesa lo esencial está en captar el enigma de la sombra. Lo bello no es una sustancia en sí sino un juego de claroscuros producido por la yuxtaposición de las diferentes sustancias que va formando el juego sutil de las modulaciones de la sombra”. Con protagonismo casi exclusivo de Hayes en saxo tenor y un luminoso pasaje de Ernesto Jodos en piano, la balada transita por humores (sutilmente) diferentes, una constante a lo largo del álbum. El tema que titula al CD es otra muestra de lo citado, con un Patricio Carpossi en guitarra apostando a la sutileza y dejando de lado distorsiones aquí innecesarias. La relajada y sólida base rítmica compuesta por Pedro Ahets Etcheberry en batería y Jerónimo Carmona en contrabajo permiten que Hayes desarrolle una madura intervención solista.

 

En Gratitud, tema que el líder compuso junto con Gustavo Hernández, la presencia de George Garzone desde el inicio mismo otorga un plus necesario en la, probablemente, mejor composición del álbum. Una buena interacción entre los saxofonistas, esporádicas pero (muy) intensas aportaciones de Jodos en piano y de Carpossi en guitarra, silencios necesarios, soliloquios, duetos, libertades y un carácter exploratorio al que Hayes recurre no muy a menudo pero con singulares y exquisitos resultados.

En su calma, Otras voces ofrenda interesantes pasajes a cargo de Jerónimo Carmona en contrabajo y Ernesto Jodos en piano; Hayes se reserva para el final en una intervención correcta y sin estridencias.

Jodos brinda una cálida y atractiva introducción en El otro lado; Carpossi se las ingenia para intercalar destellos de sus aptitudes por detrás de Hayes. Otro tanto llevan a cabo Pedro Ahets Etcheberry y, especialmente, Jerónimo Carmona en un interesante momento en trío liderado por el saxofonista. Carpossi retorna para asumir el protagonismo con vigor y ubicuidad.

El cierre es con Sudeste, otra balada con aroma a spiritual. Carpossi aporta sutilezas, sostenido con solidez por Etcheberry, Jodos y Carmona. Hayes, que supo llamarse a silencio, reaparece para dotar a la composición de un in crescendo que desemboca en un solo (sin compañía) en tenor a tono con el contenido del disco y un inesperado giro con ciertos ribetes pop que invitan a subir el volumen.

 

Andrés Hayes, en su tercer álbum, sigue perfeccionando su(s) búsqueda(s), sostenido en sus buenas dotes compositivas e interpretativas y en un grupo que suena como tal en donde el líder permite que cada uno de los integrantes tenga espacios para desarrollar su propio lenguaje. Y el aporte de George Garzone, por supuesto, no se puede soslayar.

El imperio de las luces no asoma como un disco revolucionario y mucho menos (a esta altura) surrealista. Pero sí se condice con lo apuntado por Hayes acerca del estilo de Magritte y, especialmente, de lo no-tan-sugerido en el cuadro que dio título al CD.

Luces y sombras; claros y oscuros.

Matices.

De eso se trata.

 

Marcelo Morales

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