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Tyshawn Sorey: Pillars

 


PillarsDisco 1
: Pillars I

Disco 2: Pillars II

Disco 3: Pillars III

 

Músicos:

Tyshawn Sorey: conductor, batería, dungchen, percusión, trombón

Stephen Haynes: trompeta, flugelhorn, corneta, trompa alto, percusión

Ben Gerstein: trombón, melódica

Todd Neufeld: guitarra acústica, guitarra eléctrica

Joe Morris; guitarra eléctrica, contrabajo

Carl Testa: contrabajo, electrónicos

Mark Helias: contrabajo

Zach Rowden: contrabajo

 

Sello y año: Firehouse12 Records, 2018

Calificación: A la marosca

 

La experimentación estética nos proporciona algo más que un mero placer, nos informa sobre la naturaleza del mundo y la condición humana (Aldous Huxley)

 

La experiencia estética supone un grado de complejidad tal, que dificulta hallar una definición precisa y adecuada para dicho concepto. Aun así, podemos colegir que se trata de una forma adoptada por el ser humano para encontrarse con el mundo que lo rodea y con los objetos, fenómenos o situaciones contenidos en él. Asimismo, esa experiencia puede causar en quien la está vivenciando sensaciones de placer, emociones, la adquisición de valores cognitivos y una especie de comprensión estética en donde convergen la atención activa, la apertura mental, la contemplación desinteresada y la empatía, entre otros factores.

En toda experiencia estética -como señala el filósofo estadounidense Monroe Beardsley en The Aesthetic Point of View– hay cinco aspectos que siempre deben estar presentes: atención en el objeto, sentimiento de libertad, distanciamiento de los afectos, descubrimiento activo y sensación de integración, Sin embargo, el placer derivado del encuentro estético -según afirma el académico alemán Hans Robert Jauss en Toward an Aesthetic of Reception– también conlleva a un estado de catarsis que es capaz de modificar las propias convicciones o cambiar la manera de ver al mundo.

Para que la obra del artista se convierta en una verdadera experiencia estética no basta con que nos guste o provoque gozo y disfrute inmediatos, sino que además debe alcanzar una dimensión comunicativa o dialogal que pueda transformar nuestra visión de la realidad, posibilite descubrir un nuevo sentido de las cosas, interpele el orden establecido y que -parafraseando al filósofo John Dewey- permita superar la fugacidad del tiempo para saborear algo de eternidad.

En definitiva, la experimentación estética es transformativa, exige un compromiso activo, implica hacer una valoración de la realidad simbólica representada en el objeto artístico, requiere el desarrollo del pensamiento crítico e irremediablemente conduce al olvido de nosotros mismos a favor de la creación artística.

El subyugante, sublime e irrepetible alegato musical ofrecido por el compositor y multi-instrumentista estadounidense Tyshawn Sorey en el álbum triple titulado Pillars, se constituye per se en una conmovedora, ejemplar y profunda experiencia estética.

En la sobresaliente trayectoria desplegada por Tyshawn Sorey asoma una elogiada discografía solista que comprende a los álbumes That / Not de 2007 (allí en compañía de Thomas Morgan, Ben Gernstein y Cory Smythe), Koan en 2009 (secundado por Todd Neufeld y Thomas Morgan), Oblique – I de 2011 (con Todd Neufeld, Chris Tordini, John Escreet y Loren Stillman), Alloy en 2014 (junto al trío que completan Chris Tordini en contrabajo y Cory Smythe en piano), The Inner Spectrum of Variables de 2016 (en donde le sumó a su trío un ensamble de cuerdas conformado por Rubin Kodheli, Kyle Armbrust y Chern Hwei Fung) y Verisimilitude en 2017, nuevamente en trío con Smythe y Tordini.

Tyshawn Sorey, además, es miembro de las agrupaciones Vijay Iyer Sextet, Myra Melford’s Snowy Egret y Angelika Niescier Trio, aparece en los tríos colectivos Fieldwork (que completan Vijay Iyer y Steve Lehman) y Paradoxical Frog (con Ingrid Laubrock y Kris Davis), ha colaborado con los saxofonistas Steve Coleman (en Harvesting Semblances and Affinities de 2010 y The Mancy of Sound en 2011), Steve Lehman (Demian as Posthuman en 2005, On Meaning de 2007, Travail, Transformation and Flow en 2009 y Mise en Abime de 2014) e Ingrid Laubrock (Serpentine de 2016), trabaja asociado a Roscoe Mitchell en Duets de 2013 y Bells for the South Side en 2017 y ofrece contribuciones en distintos contextos musicales a favor de Todd Neufeld, Anthony Braxton, Samuel Blaser, John Zorn, Vijay Iyer, Pascal Niggenkemper, Muhal Richard Abrams, Marilyn Crispell, Evan Parker, Claire Chase y George Lewis, entre muchos otros.

Tyshawn Sorey, en Pillars, ofrenda un tríptico de composición e improvisación distribuido en tres discos (Part I, Part II y Part III) que parece amalgamar -desde una perspectiva muy personal y vanguardista- elementos provenientes de la música ceremonial tibetana, el enfoque de la avanzada del jazz elaborado por Roscoe Mitchell, el experimentalismo postulado en los trabajos de Bill Dixon, y Anthony Braxton, los fundamentos de “conducción” impulsados otrora por “Butch” Morris, un tratamiento sonoro de “dimensión global” que se emparenta con la obra de Morton Feldman y la noción de “formas polivalentes” enraizadas en la música de Karlheinz Stockhausen, por sólo mencionar algunas de las fuentes en las que abreva el fascinante alegato estético pergeñado por Sorey.

Pillars, además, está impregnado de conceptos provenientes de la meditación Zen que se extrapolan a la música de maneras diversas y con sorprendente naturalidad. Así como el Zen entiende que la meditación “no es un fin sino el camino”, aquí -en palabras del propio compositor- “la partitura es el mapa y no el destino”. Y del mismo modo que en la meditación budista deben desarrollarse las nociones de concentración y neutralidad (materializadas en enunciados tales como “la meditación no es evitar las distracciones sino coexistir con ellas”, “meditar creando un ambiente incómodo en un entorno controlado”, etc.) la obra de Tyshawn Sorey fue concebida para adoptar un carácter meditativo equivalente y que, según afirma el autor, “funciona de manera similar a la música ambiental, a la que casi escuchas sin escuchar. Una forma Zen de experimentar la música”.

El innovador diseño conceptual de Pillars se complementa con un inusual octeto electroacústico –que, además de Sorey, incluye las rutilantes presencias de Stephen Haynes, Joe Morris, Todd Neufeld, Ben Gerstein, Carl Testa, Mark Helias y Zach Rowden– en el que se adjudica especial énfasis al extremo bajo del espectro sónico mediante cuatro contrabajos y varios instrumentos de viento de bajas frecuencias, incluyendo al dungchen que es una larga trompeta metálica usualmente utilizada en las ceremonias del budismo tibetano.

En las experiencias estéticas extremas –pensemos, por ejemplo, en Fountain de Marcel Duchamp, 4’33” de John Cage o en las obras de Jackson Pollock basadas en la técnica de goteo de la pintura- resulta necesario desprenderse de certezas, alejarse de lo convencional y ser permeable a la innovación creativa. Esos requerimientos también deben formar parte del inquebrantable compromiso auditivo que implica escuchar los tres discos incluidos en el álbum Pillars.

La música postulada aquí por Tyshawn Sorey evita el desarrollo de la narrativa lineal para transformarse en una especie de rito sonoro por donde desfilan magnéticos drones, pasajes de temperamento hipnótico, atmósferas espectrales interceptadas por episodios de virtuosa expresividad y volátiles improvisaciones que parecen fluir desde el mismo tejido de la composición.

Los múltiples elementos que conforman Part I encajan como piezas de un rompecabezas, permitiendo que eventos simples se desplacen a través de una cadena de reacciones, transformaciones y mutaciones que terminan constituyéndose –como sucede en algunas obras de Stockhausen- en una sola red de interacciones. Ese singular contexto será subrayado por un embriagante mosaico sonoro desde donde irán emergiendo los variados acentos percusivos que dispara Tyshawn Sorey, la masiva utilización del arco en los contrabajos de Mark Helias, Joe Morris, Zach Rowden y Carl Testa, los ilustrativos aportes de este último en electrónicos, la cristalina narrativa enunciada por la trompeta de Stephen Haynes, las estupendas intervenciones de Ben Gerstein en trombón y una conmovedora labor de Todd Neufeld en guitarra acústica.

En el encantador entramado de Part II se suceden extensos pasajes con epicentro en la superlativa entrega en batería e instrumentos de percusión por parte de Tyshawn Sorey y en un extenso segmento de carácter procesional en el que confluyen los contrabajos de Zach Rowden, Carl Testa y Mark Helias, las guitarras de Joe Morris y Todd Neufeld, el trombón de Ben Gerstein y la trompeta de Stephen Haynes. La pieza sigue luego un curso elíptico hasta disolverse, plácidamente, con un austero remate de naturaleza introspectiva.

Part III, el último de los tres discos que conforman Pillars, ofrenda un cautivador paisaje sonoro que enhebra ascéticas repeticiones con sugestivas variaciones, propicia segmentos dictaminados por sonoridades de baja frecuencia, deja asomar una deslumbrante catarsis colectiva a gran escala y propone un cierre meditativo coronado por la profunda espiritualidad que se desprende del dungchen de Tyshawn Sorey.

Tyshawn Sorey con el álbum Pillars ha entregado una obra profunda, fascinante e incomparable. Una autentica experiencia estética que nos aleja de lo mundano, lo convencional y la superficialidad cotidiana, pero no para negar la realidad sino para volver a ella fortalecidos.

 

La experiencia estética es una manifestación, un registro y una celebración de la vida de una civilización, un medio de promover su desarrollo y también el juicio último sobre la cualidad de una civilización (John Dewey)

 

Sergio Piccirilli

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