Friedrich Nietzsche – Richard Wagner En Bayreuth
(Edit. Prestigio)
La música anterior a Wagner, tomada en su conjunto, movíase dentro de límites estrechos; se refería a estados estables del hombre, a lo que los griegos llamaban ethos, y sólo con Beethoven había empezado a encontrar el lenguaje del pathos, del querer apasionado, de los procesos dramáticos que tienen por escenario el alma humana. Antes, un clima emocional, un estado de ánimo sereno o alegre o fervoroso o contrito debía manifestarse por conducto de los sonidos; por una cierta identidad relevante de la forma y una duración prolongada de esta identidad se entendía llevar al oyente a interpretar esta música y sumirlo por último en el mismo estado. Tales cuadros de climas emocionales y estados de ánimo habían menester formas específicas; otras se les iban incorporando por fuerza de costumbre. La duración estaba librada al criterio cauteloso del respectivo músico, quien deseaba llevar al oyente a un estado de ánimo determinado, sí, pero sin llegar a aburrirlo por una duración excesiva del mismo. Se dio un paso más al representar sucesivamente los cuadros de estados de ánimo opuestos y descubrir el encanto del contraste, y otro paso más al englobar en una misma pieza musical una antítesis del ethos, por ejemplo por la oposición entre un tema masculino y otro femenino.
Se trata sin excepción de grados toscos y primitivos de la música. El temor de las pasiones dicta leyes, y el temor del aburrimiento, otras leyes; cualquier profundización y exceso del sentimiento teníase por “incompatible con la ética”. Mas tras haber representado el arte del etlios los mismos estados corrientes en infinita repetición, no obstante la prodigiosísima inventiva de sus maestros, terminó por caer en el agotamiento. Fue Beethoven el primero en prestar a la música un lenguaje nuevo, el hasta entonces prohibido de la pasión; mas toda vez que su arte tenía que desarrollarse de las leyes y convenciones del arte del ethos y, en cierto modo, tratar de justificarse ante el mismo, su evolución artística comportaba una singular dificultad y confusión. Un proceso psíquico dramático -que toda pasión se caracteriza por una trayectoria dramática- estaba empeñado en alcanzar una forma nueva, pero el esquema convencional de la música dada a pintar estados de ánimo se oponía, y era casi un oponerse en nombre de la moralidad a la expansión de la inmoralidad. Parece por momentos que Beethoven se hubiera fijado la tarea contradictoria de dar expresión al pathos por los medios del ethos. Mas respecto de sus más grandes y tardías obras no basta con esta noción. Para reproducir la magna curva de una pasión encontró él efectivamente un medio nuevo: entresacaba y sugería con máxima determinación puntos aislados de su trayectoria, para que por conducto de ellos el oyente adivinara toda la línea.
Exteriormente considerada, la nueva forma aparecía como la combinación de varias partituras, cada una de las cuales representaba en apariencia un estado estable, en realidad empero un instante de la trayectoria dramática de la pasión. Al oyente podía parecerle escuchar la antigua música del estado de ánimo, sólo que la relación de las distintas partes entre sí se le había hecho ininteligible y ya no podía ser interpretada de acuerdo con el canon del contraste. Los músicos de segundo orden llegaban hasta a descuidar el postulado de estructuración del conjunto; el orden de sucesión de las partes en sus obras se hacía arbitrario. La invención de la grande forma de la pasión llevaba a raíz de un malentendido de vuelta a la partitura aislada, con cualquier contenido, cesando por completo la tensión entre las distintas partes. De ahí que la sinfonía postbeethoviana sea una cosa singularmente imprecisa, sobre todo cuando en el detalle balbucea todavía el lenguaje del pathos a lo Beethoven. Los medios no cuadran con el propósito, y el propósito en su conjunto no llega a perfilarse claramente ante el oyente, puesto que tampoco se ha perfilado con claridad en la mente del respectivo compositor. Sin embargo, precisamente el postulado de decir algo del todo determinado, y decirlo con la máxima distinción es tanto más imperioso cuanto más difícil y pretencioso es el género