Por Los Codos

Roxana Amed

Largo y necesario reportaje:

Andamos con disco nuevo

Sí… lentamente, no con el disco sino con la travesía…

¿Qué es la travesía?

Lo que va de un disco al otro; mi propia volución como artista, no sé si in-volución o e-volución… mis expectativas del disco anterior a éste eran distintas; ni mejores ni peores… distintas. Yo pensaba en algo más instrumental, un poco más hermético desde el punto de vista comercial, quería sacarme el gusto de tener sonoridades más jazzísticas en algunas cosas y cuando estaba empezando a pre-producir el disco sobrevinieron muchas anécdotas (remarca el término) que hicieron que se modificara el rumbo y que la travesía fuera más lenta…

¿Anécdotas o sucesos?

Ahora… casi anécdotas. Fueron grandes sucesos. La venta de la casa familiar con coletazos de los últimos 10 años, la enfermedad de mi papá, ciertas búsquedas artísticas mías medio complicadas…
Yo estaba muy incómoda con las alternativas que podía encontrar como lenguaje; no quería cantar jazz, no terminaba de encontrar el estilo de lo que quería escribir, necesitaba trabajar… traté durante varios años de desarrollar a fondo el oficio de songwriter, cosa que hice pero sin la devolución que hubiera querido… fueron años ingratos. De mí dependía, y sigue dependiendo, transformar todo eso para convertirme en una persona más sensible o más comprensiva.
Los coletazos siguieron; se vendió la casa, hubo que conseguirle departamento a mi mamá… todas esas cosas agotadoras y había que sostener un proyecto… después del verano… en realidad estaba a la espera de que Alejandro (Varela, actual responsable de S-Music y quien editara por EMI el primer álbum de Amed) resolviera sus cuestiones y también encontrara su lugar; porque él siempre fue muy respetuoso con lo que hago y sabe que mi idea no es la de “mirá cómo canto” o “mirá cómo toco”… y es difícil mantenerse a salvo, en este medio, de los artistas mal aspectados.
Y cuando ya estaba en la pre-producción se muere una tía y la otra que me pide que la ubique en algún lugar… con monjas… (suspira). Y yo escribiendo con todo eso en la cabeza. Y en la misma semana le encontraron a mi mamá un tumor maligno.
Así fue que me encontré grabando en circunstancias que, obviamente, no eran las ideales. Y si bien el disco me sigue representando, fue conflictivo hacerlo. Además no tenía un mango, a diferencia del anterior (Limbo) donde sí tenía una plata que gané en algunos trabajos indignos. Por suerte me dio una mano Alejandro (Varela), pero todo fue complicado. Y la música, que siempre fue para mí y lo sigue siendo, un gran placer, también se volvió un problema. Me acuerdo de estar hablando con Varela mientras estaba arriba de un auto fúnebre… yo soy terrible para esas cosas. Entonces es un disco “loco”. Igualmente creo que no se llega a reflejar en el CD la densidad y la arduidad con que yo estaba. Pero al terminarlo estuve un mes en el que hablaba sola por la casa. No pasé por el trance de sentarme, después de años de laburo, a gozar el disco terminado; y para mí, hacer estos discos es mi manera de existir. Es mi manera de dejar un testimonio de mí misma; y si se complica… (larga pausa) y me llevó tiempo reencontrarme con él; ahora, al empezar a tocarlo, empiezo a reconocerlo como algo mío. También hubo que tomar una decisión con uno de los músicos, Alejandro (Ridilenir, uno de los guitarristas), que ya no está, una situación que debía resolver. Fue todo bastante raro…

Ya volveremos sobre el disco pero me quedaron dando vueltas algunas cosas; dijiste que estuviste esperando años para sentarte y disfrutar de un disco tuyo. Pero hubo uno anterior… otra cosa tiene que ver con eso de “trabajos indignos” y la tercera… me la olvidé (risas), así que vamos con estas dos.

Estudio música desde los 4 años; toqué, canté, arreglé, dirigí coros durante toda mi adolescencia. Tuve grupos de folclore contemporáneo pero, de algún modo, el estudio sistemático de la música empezó a joderme. Por eso hice la carrera de literatura y empecé a trabajar de cantante sesionista, más o menos a los 20 años. Hice mi postgrado, estaba feliz. Empecé a estudiar cine, trabajé con directores grossos, vi perspectivas maravillosas de lo que es la confección del mundo paralelo del cine -que sigue siendo mi fascinación total y el discurso donde se sumarían todos mis mundos-. Trabajaba cantando de todo: sesiones, coros, fiestas, eventos… era con lo que podía bancarme sola y estudiar y ser absolutamente feliz con mis libros y mi botellita de vino.
Yo había estudiado música clásica y mi formación como cantante era lírica; me llevó varios años encontrar mi propio sonido y el jazz fue el canal ideal para pasar esa información a la música popular y poder poner todo el capital vocal a disposición de la música sin estar atrapada por la técnica y que a la vez yo no tuviera que limitar a la música. Fue mucho tiempo de investigación, escuchar gente.. en el ’94 me asocié para hacer una banda de rock, Viva Zapata, que tenía buena repercusión porque el grupo tenía una cosa étnica que mucho no se escuchaba en el país. Y por ciertas diferencias decidí abrirme y de pronto Fernando Bustos, que estaba en el grupo, empezó a comercializar un material por el que nadie cobró… y eso, que no se hace, ocurrió.

Yo, mientras tanto, trabajaba como productora en cine y con algunas productoras de Canadá haciendo documentales y esas cosas y, cuando podía, seguía cantando.
Por el ’97 se enfermó mi papá, dando comienzo a un período complicado y largo y me proponen escribir para terceros. Yo siempre tuve facilidad para eso, en cualquier registro. En esa época Diego Torres tenía un disco listo que no se lo editaban porque “le faltaba el hit” y yo le pasé una canción a Cachorro López que terminó siendo el corte principal, La última noche (canta un poco a capella) y entonces me dije bueno… hay que laburar para poder llegar a hacer lo que verdaderamente quiero. Con la primera guita que cobré me puse un estudio y empecé a escribir como loca lo que me pidieran. Fui a perfeccionarme a Estados Unidos. Yo sabía que no era eso lo que quería, pero necesitaba el churrasco. Vino el desastre en el país del 2001, varios convenios que tenía en Estados Unidos se cayeron, me empecé a cansar de la sordera, me ponía mal componer para gente que cantaba mal y de pronto no me banqué nada más. Mi papá estaba cada vez peor, hice algunos esfuerzos para poder darle algunos años más de vida, pero en esa desnudez general me encontré sola y con mi propio discurso. Y ahí llamé a gente para mi propio proyecto y en el 2002 empezó lo que terminaría cristalizándose en Limbo. Lo que yo hacía me iba gustando cada vez más y me encontré tocando en el Ópera en un festival la misma noche que tocaron el Quinteto Urbano, Ernesto Jodos y Javier Malosetti. Yo ya había rechazado la propuesta de hacer un disco de jazz; grabé un par de cosas que no me gustaron, porque yo sé que puedo cantar standards y va a estar bien, pero… ¿y? ¿Para qué? ¿A quién le sirve? Mientras tanto, me ofrecen participar de un programa de televisión y ahí paso a tu segunda pregunta. Eso fue en el 2003. me dije “bueno, son unos meses, es buena plata, me la aguanto, ¿por qué pensar que todos son unos pendejos del orto que no les importa nada? Tal vez haya alguien a quien yo pueda ayudar en algo…”.
Y me autoconvencí.

(El programa de televisión al que se refiere Amed es “Escalera a la fama”, reality show del cual salieron agrupaciones como Madryn y Gamberro. Su tarea fue la de “coach vocal”).
A la semana estaba en la oficina de producción diciendo que no era la persona que necesitaban y que se busquen a otra. Que yo no puedo enseñarle a una persona a defender una canción en 5 minutos… no hubo caso… Lloraba noche a noche pero me lo banqué. También me ofrecieron hacer los arreglos para Bandana y Mambrú, que era menos penoso que tratar con el mundo discográfico que ellos representaban. Ese aturdimiento me permitió, además de pagar terribles cuentas, bancarme bastante mejor la muerte de mi padre. Terminé con Bandana y Mambrú en octubre y unas semanas después lo llamé a Pedro (Aznar), me vino a ver, me dijo que le encantaba lo que hacía y aceptó producir el disco.
Empezamos a grabar en enero y yo fui feliz.
El hecho de estar haciéndolo, juntarme con buenos músicos, para mí fue lo mejor que me pasó en la vida hasta ahora. Y en ese disco (Limbo) me sentí representada como nunca en 40 años. Y todo me importaba, entonces, tres carajos. Aposté y estaba dispuesta a correr ese riesgo. Lo único que me preocupa es tener el corazón donde corresponde cuando estoy frente a la gente. Si eso no pasa, soy una infeliz. Así de extremo. Cuando pasó Limbo empecé a pensar Entremundos. Y tenía ideas pero vino el Tsunami y quedó este disco que, de alguna manera, también me representa; y ya estoy pensando en el camino que desemboque en uno nuevo.
Lo de indigno tiene que ver con lo intrascendente, con el no compromiso… no tiene que ver con que yo crea que lo mío es supremo. Lo que hago tiene que ser importante para mí, representar lo que verdaderamente soy.

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