El Ojo Tuerto

Mariano Otero Orquesta: Otra Vez Sopa

La Trastienda – Buenos Aires
Viernes 20 de Abril de 2007 – 21:30 hs.
 

OteroEl pleonasmo no es una incorrección gramatical sino una ofensa al buen estilo por causa de la negligencia o la ignorancia.
Vale aclarar que si bien el vocablo pleonasmo no es utilizado, al menos coloquialmente, en esta parte del planeta (el sur del sur), acomodamos el eje de la cuestión (creemos) si decimos que se trata de una redundancia viciosa de palabras.
César Navarrete Valbuena, en su artículo “Sobre la redundancia”, afirma que existen cuatro formas de redundancia: conceptual, verbal, lógica y fonética. Yo trato de usarlas todas, como buen alumno aplicado. Se sabe que es conveniente (y en algunos casos necesario) ser persistente hasta el final. Incluso en el error. Porque convengamos que eso de “ponerse el sombrero en la cabeza”, “subir”, “mirar con los ojos” y otras lindezas por el estilo, son moneda corriente no solamente en un servidor (mano en el corazón de la izquierda, sincero sinceramiento, no ciegue sus ojos, dígalo con palabras, gesticule con gestos) sino en la mayoría de los mortales.
Y en los demás… también.

BorgesJorge Luis Borges, el mismo que no entendía por qué a los jugadores de fútbol no les entregaban una pelota a cada uno para que no tengan que estar corriendo como imbéciles, todos, detrás de un solo balón (“es popular porque la estupidez es popular”), fue (es) no solamente un escritor extraordinario (¿el mejor de habla hispana?), sino un molestador profesional. Anécdotas hay a montones, como aquella en la cual le dice a un joven peronista que lo había ayudado a cruzar la calle “¿así que usted es peronista? No se preocupe… yo también soy ciego”.
Pero nos vamos a detener en una sentencia que justifique su presencia aquí y ahora, aunque a decir verdad, siempre debería estar justificada la presencia del Jorge Luis. El escritor afirmaba enfáticamente que los sinónimos eran prácticamente una aberración y que la preocupación de muchos escritores en la búsqueda de palabras distintas para decir lo mismo, era… una estupidez. Por supuesto que Borges dijo o escribió todo esto con un poquito más de gracia y talento (solamente un poquito, queda claro… bueno… más o menos…). No he realizado un estudio minucioso ni de los otros acerca de la cuestión, pero dudo mucho que Borges, en la intimidad y no tanto, no riera a mandíbula batiente pensando en cómo algunos (muchos) tomaban como palabra santa sus ironías.

Todo esto (en realidad muchas más cosas, pero mejor ir sintetizando) vino a cuento en el exacto momento en el que me dispuse a comentar el concierto de la Mariano Otero Orquesta en La Trastienda.
Los que siguen de cerca (o de lejos) nuestro site, saben que hemos narrado en numerosas oportunidades las bondades del combo y del líder. Confieso que fui con el cuchillo entre los dientes y dispuesto a usarlo. Mientras afilaba el arma blanca, pensaba que tenía chances: el repertorio, temas nuevos con (seguramente) poco ensayo, la dificultad de realizar arreglos distintos en composiciones del álbum Tres… y a todo esto hay que sumarle varios cambios en el equipo. Ya no están Pepi Taveira, Cavalli, Puntoriero, Norris, Lastra, Cerra

Mariano OteroA las 21:50 hs. sube el team completo al escenario: Mariano Otero en contrabajo, Sergio Verdinelli en batería, Francisco Lo Vuolo en Rhodes, Miguel Tarzia y Patricio Carpossi en guitarras, Juan Canosa en trombón, Juan Cruz de Urquiza, Richard Nant y Mariano Loiácono en trompetas y flugelhorn y 5 saxofonistas / clarinetistas: Rodrigo Domínguez, Martín Pantyrer, Ramiro Flores, Gustavo Musso y Carlos Michelini.
No reconocemos la intro ni la melodía, así que debe tratarse de un tema nuevo (aunque con esta gente nunca se sabe). Confirmamos la especie. Sobre una base decididamente funk
(y de inusitada potencia), le corresponde a Lo Vuolo el primer solo (sobrio) de la noche, que es cercenado por la intensidad de los bronces. Verdinelli empieza a hacer gala de sus infinitos recursos que reemplazan a la potencia habitual de Taveira. Al baterista se le cae la partitura pero sigue tocando con una mano como si tal cosa. Ataca Juan Cruz de Urquiza quien parece alargar su solo y a nadie le preocupa. Sonrisas cómplices ante la sólida intervención del trompetista. Otero diría “hay mugre”. Y no sin razón. Hacia el final del solo, Otero y Verdinelli aportan cruces intrincados. Un pasaje casi free en el que el baterista termina con su cabeza casi apoyada en el tambor. Un pequeño silencio y el combo en pleno explota. El tema es nuevo; ¿se trata de ensayo, casualidad, conocimiento mutuo, todo esto… o algo más? Tarzia aporta un potente riff que hace que la banda responda en consecuencia y, a los 20 minutos, el tema (titulado Brown), finaliza.

UrquizaLa calma llega con Flor, del álbum Tres. Anoto: “estos tipos me inspiran para escribir”. Hablo de la cantidad, no de la calidad. Verdinelli, con escobilla en mano derecha y maza en la izquierda, me hace perder de vista lo que oigo: un sentido solo de Urquiza en flugelhorn. Pintan trompetas con sordina que, junto a los saxos, apoyan la notable ejecución.
Otero economiza su participación en beneficio de los demás. Lo bien que hace. Tarzia amaga pero la escena la ganan los caños en un final que está a mitad de camino entre lo lírico y lo épico.

Rodrigo DominguezMingusiana comienza con una suerte de falsa fanfarria. Un exquisito dueto entre Pantyrer en barítono y Verdinelli gana la escena. El saxofonista, una de las flamantes incorporaciones, parece sentirse a gusto y lo demuestra; creo que tiene pulmones de amianto, además. El caos sonoro que baja como estampida me hace reír. Trato de prestar más atención ocular; no… no hay violines; son los caños traviesos que están al borde. Viramos a un blues y Urquiza se adelanta bien apoyado por Rodrigo Domínguez (que parece estar en una de “sus” noches) y Canosa. Otero se divierte y parece jugar con su instrumento. Esto no evita su cara de sorpresa cuando Loiácono encara con instrumento dominado. Mientras tanto, Verdinelli sigue demostrando que es un todo terreno. La versión es más rápida que la del disco; Domínguez se pone de pie y realiza una intervención notable. Quedan en trío; batería y contrabajo apuran pero Domínguez tiene resto y saca notas imposibles del saxo alto. Tarzia aporta ruidos y ruiditos y cuando parece que todo se diluye, la banda a pleno termina el tema (justamente) a toda orquesta.
Han pasado cuarenta y cinco minutos y está bien que haya un descanso. Para el público, obvio.

Recuerdo que comencé esta nota hablando de las redundancias y los pleonasmos. No quiero reparar en lo escrito en ocasiones anteriores sobre el tema que nos ocupa. Creo que me avergonzaría. Y seguramente condicionaría. Y no quiero hacerlo. Porque ya lo dijo Borges, ¿no?
Mientras Mariano Otero presenta a sus músicos y permite que los jugadores se refresquen me viene a la memoria una anécdota que me contó un amigazo y que no contaré aquí, pero que terminó desembocando en la siguiente pregunta: ¿cuál es el sinónimo de sinónimo?
No les respondo por dos motivos: el primero, porque el grupo ya atacó con otro tema nuevo, la balada Hasta el cielo; y la segunda… porque no lo sé.

VerdinelliOtero se carga el bajo eléctrico, Verdinelli es sutil con las escobillas y Lo Vuolo está preocupado por el pedal del Rhodes. La melodía (que en principio me suena a Flor y que conste que dije “en principio”), se energiza con el bajista y (otra vez) con Pantyrer.
Domínguez opta por un solo contenido… pero no mucho. No sabremos jamás si la banda lo empuja o viceversa. Se gana en intensidad. Concentradísimos todos, pero es Domínguez quien se lleva el merecido reconocimiento popular.
La introducción a cargo del líder en contrabajo solo, preanuncia la llegada de Nudos. El dueño de la pelota hace jueguito y no se le cae. De pronto, Verdinelli que rockea y Tarzia que amaga una vez más. Al frente vuelve a pasar Domínguez amparado en la monolítica base, las sutilezas de ambas guitarras y las medidas intervenciones de Lo Vuolo. La llevamos bastante bien, pero estos tipos están emperrados en embarrar la cancha y lo consiguen. Seguimos esperando el momento Tarzia. Es “su” composición y se hace rogar. Pero cuando aparece no quedan ni las mesas. 

TarziaLlegamos al sexto tema del concierto: Hentrane, un verdadero hit single (o algo así). No cantan esta vez pero están endemoniados. La versión es más rápida y con una buena intervención de Carpossi. La orquesta avanza a pura potencia y cuando Michelini se adelanta, uno se pregunta por qué tardó tanto en realizar su solo. Verdinelli (¿será cuestión de gusto propio?) no tiene piedad. Ni con los parches ni con nosotros. Exquisito momento de transición. Pero Otero pone cara de enojado, Verdinelli se mimetiza y juntos encienden la hoguera. Yo no sé si con esto lo ayudo a Otero o no (creo que no) pero olvídense del CD. Asusta la facilidad con que (después de un caos aparentemente indomable) retoman la melodía original para un final desordenado, caótico, desprolijo… y genial. 

Otero
El bis, Espíritu, comienza con una intro fanfárrica (¡!) con tutti cuanti. Parece un spiritual pero sin Mahalia Jackson. Y mientras Otero canta fuera de micrófono, la verdadera voz cantante la toma Rodrigo Flores con una participación más efectiva que efectista.
La posta la toma Musso que se (y nos) exprime; el público reacciona en consecuencia. Otero sigue cantando y divirtiéndose y da envidia. Pareciera que estamos frente a la cortina ideal para los títulos finales de un espectáculo. Juan Cruz de Urquiza mete otro solo; breve, pero picante.
Y ahora sí, después de 100 minutos, el final. 

Es cierto que hay cosas perfectibles como pulir ciertos desajustes en los caños o la justificación de dos guitarras eléctricas o que Lo Vuolo pierde en su traspaso del piano al Rhodes.
Pero yo no sé si es cuestión de suerte, casualidad o que estos fulanos la rompen de verdad.
Hablo por lo que vi, por lo que presencié.
Y la verdad que estos 14 músicos me embriagaron una vez más.
Es lógico, ya que el 14 en la jerga quinielera es el borracho.
Aunque a decir verdad y ya no temiendo ser redundante, debo afirmar que fue otra vez sopa.
Y de las muy buenas.
Y ahora… ¿qué hago con el cuchillo? 

Marcelo Morales

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