Viejo Es El Viento y Aún Sigue Soplando: Ornette Coleman
Royce Hall – Westwood (USA)
Miércoles 26 de septiembre de 2007 – 20:00 hs.
Una persona no es vieja hasta que los remordimientos ocupan el lugar de sus sueños (John Barrymore)
Ornette Coleman, con su revolucionario concepto musical, ha logrado despertar pasiones extremas. Mientras algunos lo acusaron de haber asesinado al jazz, otros le otorgan la estatura de genio incomparable. Pero más allá de las valoraciones estéticas individuales que pueden ubicarnos más cerca de un extremo que de otro, ante su obra uno jamás podrá permanecer indiferente. Coleman, en el campo del jazz, es una fuente obligatoria a citar. Honor reservado a unos pocos elegidos como Davis, Ellington, Parker, Monk y Coltrane. Su inclaudicable compromiso creativo le ha permitido transformar en música un grito interior de rebeldía. Sus composiciones expresan un discurso provocativo y sin inhibiciones con líneas melódicas asimétricas que se desarrollan libres de ataduras. Una lucha sin concesiones por reemplazar el sistema armónico establecido por otro no convencional, uniendo un pulso rítmico intenso con estructuras abiertas en las que parece no existir una meta en la que convergen. Un ejercicio extremo de la improvisación colectiva con profundidad emocional. Y todo esto reunido en el laberíntico espacio teórico denominado harmolodics, que actúa como un hilo conductor que unifica conceptualmente la armonía, el ritmo y la improvisación.
La obra de un artista puede ser atemporal, pero el hombre que la lleva a cabo… no. Ornette Coleman tiene 77 años. Cuando lanzó su último disco, Sound Grammar, tenía 76; y a menos de que las edades de la gente pasen a ser manejadas por el gobierno, el año próximo tendrá 78.
¿Le parece una idea descabellada? Vamos a ver si piensa lo mismo el día que reciba una notificación del Ministerio de Edades, Cumpleaños, Aniversarios y Afines en la que se dispone su edad por decreto.
¿Se imagina? Los regímenes capitalistas tendrían un puñado de habitantes de unos 30 años y el resto… poca edad o ninguna. Y al que no le guste que vaya a protestar gateando y con pañales. Además no faltaría quien diga que todos esos bebes son terroristas. En cambio, en los países comunistas, todos tendrían la misma edad y cualquier intento por cumplir años sería considerado una conspiración imperialista.
También habría países en que las edades variarían mes a mes o en el que las mejores edades las tendrían los amigos de los funcionarios.
Bueno… creo que esto último ocurriría en todos los casos…
Maurice Chevalier decía que envejecer no es tan malo cuando se lo compara con la “otra alternativa”; y tenía razón. Pero los artistas tienen una alternativa aún mejor: perdurar a través de su obra.
Ornette Coleman es uno de esos privilegiados.
El Royce Hall es un teatro ubicado en el corazón de uno de los centros universitarios más importantes de los EE.UU., la UCLA. Espacioso, elegante y con inmejorable acústica. Hasta allí llegamos para la presentación de Ornette Coleman y su nueva banda 3 Bass Quintet integrada por Tony Falanga y Charnett Moffett en contrabajos, Al McDowell en bajo eléctrico y Denardo Coleman en batería.
Coleman se acerca al micrófono y en un tono de voz casi inaudible dice: “Quiero crear un sonido que exprese amor, felicidad y seguridad. Si ustedes siguen ese sonido todos estaremos en el mismo lugar”. El final de la frase es deliberadamente interceptado por un dramático ostinato a cargo de Falanga que abre paso a una nueva composición de Coleman, Following the Sound. Moffett despliega líneas cercanas al bebop en tandem con la vertiginosa secuencia percusiva desplegada por Denardo Coleman. El bajo eléctrico de McDowell transporta las tonalidades a un registro más alto y termina de configurar el edificio sonoro que permite el ingreso del saxo. Ornette dispara un fraseo desgarrador de incontrastable plenitud melódica. En verdad, cuesta creer que ese viejito bueno e indefenso que llegó al centro del escenario arrastrando los pies, haya desatado una tormenta de sonidos. Conmovedora ovación.
Siguen con la pastoral melancolía de Sleep Talking. Una melodía de carácter circular nos traslada a los orígenes de la música folk. Los sutiles trazos de corte camarístico a cargo de Falanga en arco son atravesados, en lo que parece ser un mensaje subliminal, por un solo de saxo que incluye frases de The Rite of Spring, obra de Igor Stravinski que representó en la música clásica un nivel de innovación armónica, rítmica y tímbrica similar a la ejercida años después por Coleman en el jazz.
Es el turno de Jordan, tema que abre Sound Grammar. Como si fuese un ineludible rito iniciático para acceder al “Universo Coleman”, hallamos una vigorosa y caótica exploración en el insondable espacio de los harmolodics. Un territorio aparentemente inaccesible, asimétrico y abstracto en el que subyace un apasionado, lírico y sugerente rango melódico. El público responde con una cerrada ovación que conjuga admiración y masoquismo. A mayor dificultad, mayor es el gozo.
Este asunto de los harmolodics permite tantas interpretaciones que es posible que Coleman se esté mofando de los “buscadores de lecturas” a la manera en que lo hacia Dalí cuando expresó: “Esto que he hecho no sé lo que es, pero está lleno de significado”.
En el bagaje teórico de los harmolodics hay bastante de genialidad, un poco de locura y tal vez algo de capricho. Lo explicaré de una manera que no suene impertinente ni hiera sensibilidades… algo así como “Si no me dejan hacer harmolodics no subo a tocar… ¡No, no y no!” Es el turno de otro estreno, 911. Una fusión de blues, rock y libre improvisación que nos remite a la experiencia de Coleman junto a Prime Time y que se aproxima tangencialmente al Miles Davis de principios de los setenta. Moffett combina el uso del arco con un pedal de wah wah, el bajo eléctrico de McDowell alterna líneas en primer plano y otras en contrapunto y la batería de Denardo Coleman manifiesta cierta vulgaridad estilística pero que en la paleta de sonidos parece simbolizar un imprescindible color de contraste. Call to Duty es un juego de disonancias fundadas en un vocabulario atonal en el que Coleman alterna incendiarios pasajes en trompeta y saxo alto, respectivamente.
A continuación ofrecen una cálida versión de Turnaround del álbum Tomorrow is the Question! de 1959, con sobrias reverencias al blues.
Out of Order es un ejemplo del contrasentido conceptual que le permitió a Coleman alterar la métrica rítmica sin perder el swing.
Un inspirado Falanga en contrabajo marca el inicio Bach Prelude, del álbum Tone Dialing, de 1993. En realidad se trata de una visión colemaniana del Preludio de la Suite Numero 1 para cello en sol mayor de Johann Sebastian Bach. Al incorporarse el resto de la banda, el núcleo melódico se traslada al campo de los harmolodics. Casi sin darnos cuenta estamos en Those That Know Before it Happens, con una base cercana al rock y con líneas melódicas que se sumergen en las profundidades del free. Apocalíptico. Tras un breve recuento de cadáveres, arranca la caótica experimentación e inexplicable sincronicidad de Talking to Cure. Seguidamente ofrecen una gloriosa yuxtaposición entre Variation One del album Dancing in Your Head, de 1973 con Star Spangled Banner, el himno de los Estados Unidos. Las melodías transmutan permanentemente hasta llegar un punto en el que resulta imposible diferenciarlas. Song World es una balada con aires de polka que ha formado parte del repertorio de Coleman en los últimos tres años. Más cercana a la Circus Polka de Stravinski que a la polka tradicional. El tema hace una extraña parábola y nos regresa al inicio, pero ahora con Coleman en violín.
Se acerca el final y es hora que toquen una que todos podamos cantar.
Parece que no.
Un riff desesperado con un indescifrable duelo de líneas melódicas superpuestas nos deposita en Song X. Versión que cerrará con un brillante solo de violín del incansable Coleman.
Final.
El público aplaude de pie.
Regresan para hacer una ascética versión de Lonely Woman que elude todo vestigio de improvisación para abocarse a la interpretación de la melodía. Un intento in extremis por desacralizar el mar de complejidades por el que navega la música de Coleman.
Fin.
Cierta vez le preguntaron a Roberto Durán si se consideraba viejo para el boxeo, y respondió: “Viejo es el viento y aún sigue soplando”.
Coleman no es tan viejo como el viento, pero sopla igual de fuerte.
Sergio Piccirilli