Juan Sasturain: San Jodete, Apóstol de la desgracia
(Extraído de “La mujer ducha” – Editorial Sudamericana)
En los años siguientes, que coincidieron con los más duros y sombríos de la década, San Jodete y el sanjodetismo en todas sus variantes pasaron por múltiples avatares. Entre el activismo hubo mártires y claudicantes, luchas internas y conducciones alternativamente fieles o traidoras a un dogma lábil, inasible, pasto de aventureros de cuerpo y alma.
Entre los intelectuales e interpretadores también hubo de todo. Desde quien descubrió en San Jodete “las formas larvadas de la respuesta popular revolucionaria” hasta el que señaló detrás del fenómeno la presencia ominosa de la CIA.
Sin embargo, lo que persistió como una obstinada marea fue el fervor de los anónimos desgraciados, los millares de rengos del alma que bebían de sus palabras y comían de sus gestos simples y definiciones tan claras como el error de estar vivo.
Se lo vio, rodeado de media docena de desarrapados, levantando consignas en los andenes de Retiro a la hora del regreso laboral y la melancolía; se lo oyó en Plaza Flores discutir, megáfono mediante, con un centenar de empíricos desviacionistas de derecha que confundían –eran sus palabras- “joderse con resignarse”, y también con infiltrados evangelistas siempre con el Jesús e la boca.
– Escuchar a San Jodete –confesaba por entonces un seguidor orgulloso- es como escuchar “Cafetín de Buenos Aires” por Troilo con Rivero. Es cierto que a veces se equivocó y buscó como una mosca contra el vidrio queriendo romperlo… Pero en el fondo siempre ha sido consecuente con la auténtica desgracia, la nuestra, la querida vieja conocida: esa sensación de estar sentado en el café viendo pasar la vida ajena y múltiple del otro lado de la ventana y sentir que sin embargo no tiene sentido salir a la vereda…
De regreso una vez más a esas fuentes estaba Magneto cuando sucedió lo del otoño del ’76.