Ernesto Sábato: La disonancia
De "El escritor y sus fantasmas" – Emecé
Cuando se comparan las últimas partituras de Mozart con las primeras, comprendemos el valor de la disonancia, su poder de penetración a través de los estratos de la mera belleza para alcanzar zonas más profundas. Es lo que, en mayor escala, ha pasado con la literatura de nuestro tiempo: la disonancia de Rimbaud, en Dostoievsky, en Joyce, es como dinamita que hace estallar los paisajes convencionales para poner al desnudo las verdades últimas, y muchas veces atroces, que hay en el subsuelo del hombre.
Recordemos la escena de la feria en Madame Bovary, que se desarrolla en tres planos simultáneos: abajo, la muchedumbre avanza empujándose con el ganado; en la plataforma, los funcionarios emiten los lugares comunes conmemorativos; arriba, en el cuarto, Rodolphe repite pomposas frases de amor. Mediante esta dialéctica de la trivialidad, gracias a la simultaneidad de mugidos, discursos y retórica amorosa, Flaubert logra un efecto devastador contra el sentimentalismo apócrifo y la vulgaridad burguesa. Paradojalmente, alcanza de ese modo un romanticismo más desesperado y desgarrador.
Claro que la disonancia no ha sido descubierta por la literatura de hoy: piénsese en el modo en que Shakespeare contrasta la bufonería con lo sublime, en los efectos que logra Cervantes entre Don Quijote y Sancho, en las despiadadas disonancias que Dante emplea en el infierno. Pero, es cierto, sin embargo, que nunca ha desempeñado un papel tan trascendente como en esta literatura áspera de nuestro tiempo.