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The Claudia Quintet & Gary Versace: Royal Toast

Crane Merit; Keramag Prelude, Keramag, Paterna Terra, Ted versus Ted, Armitage Shanks, Drew with Drew, Sphinx, Matt on Matt, Zurn, Chris and Chris, Royal Toast, "Ideal" Intro, "Ideal Standard", American Standard, For Frederick Franck

Músicos:
John Hollenbeck: batería, percusión
Ted Reichman: acordeón
Chris Speed: clarinete, saxo tenor
Matt Moran: vibráfono
Drew Gress: contrabajo
Gary Versace: piano

Cuneiform Records, 2010

Calificación: A la marosca

Bello es lo que brota de la necesidad anímica interior. Bello es lo que es interiormente bello (Vasili Kandinsky)

Royal Toast es el título del quinto álbum de The Claudia Quintet, ensamble que lidera el baterista y compositor John Hollenbeck. La subyugante oferta estética de este quinteto constituido en 1997 amalgama componentes derivados de la música de cámara en correspondencia con la vocación exploratoria del avant-jazz, suma los trazos futuristas del post rock con los hábitos de la música cinemática y entrelaza el natural entusiasmo del folk con la disposición orgánica del minimalismo. El rigor académico, la riqueza cromática y el lirismo que emanan de las partituras pergeñadas por Hollenbeck para este proyecto, añadido a la infrecuencia de su alineación tímbrica y al excepcional andamiaje sonoro, terminan constituyéndose en una invitación formal a repensar el significado tradicional de las nociones de belleza aplicadas al arte.
La belleza es la condición de un ente imaginario, real o ideal cuya percepción constituye una experiencia de satisfacción, expresa una revelación de significado o provoca un placer específico. El estudio del conocimiento de la belleza y su naturaleza corresponde a la Estética, rama de la filosofía a la que se define formalmente como la “ciencia que trata de la belleza y de la teoría fundamental y filosófica del arte”. A los fines de reafirmar conceptos resulta propicio acudir a la raíz etimológica de la palabra estética, término que deriva de los vocablos griegos αἰσθητική (aisthetike = percepción), αἴσθησις (aisthesis = sensación, sensibilidad) y e –ικά (ica = relativo a). Por si no lo sabe, cabe aclarar que los vocablos griegos en su mayoría no provienen de “Gregia” sino de Grecia ya que sus habitantes (es decir los griegos, no los “grecios”) a la hora de elegir un idioma, se decidieron por uno que se llamara igual que ellos. Suena lógico, ¿no?
De todas formas, los más destacados lingüistas afirman que los términos en griego siempre describen los conceptos mejor que otros idiomas, sobre todo para los griegos.

Ahora que despejamos (casi) todas las dudas, corresponde decir que la percepción de la belleza nos puede conducir a sentimientos de atracción y bienestar emocional. No obstante, debemos consignar que esa percepción implica una valoración subjetiva que suele engendrarse a partir de una experiencia de reflexión positiva sobre el significado de la propia existencia y, por ende, su valor paradigmático responde tanto a un tiempo histórico específico como a su fuente cultural de pertenencia; o sea, para decirlo en un lenguaje sencillo, claro, popular (y griego): αἰσθητική, αἴσθησις y e –ικά.
Es innegable que tanto los ideales de belleza como las herramientas utilizadas para su estudio fueron variando a través de los tiempos, pero aun así siempre han mantenido una estrecha ligazón no sólo con la cosmovisión de cada sociedad en particular sino también con aspectos históricos circunstanciales. En el antiguo Egipto, los ideales de belleza parecían estar asociados a una teoría matemática de las proporciones; y esto quizás explica por qué hicieron esos rascacielos triangulares llamados pirámides. Sin embargo algunos teóricos indican que esas construcciones, además de responder a un concepto estético, también fueron posibles porque los egipcios tenían un régimen de gobierno con millones de esclavos al mando de unos pocos tipos que se hacían llamar faraones, se creían dioses y terminaron siendo momias. Algo que, por cierto, era poco frecuente por aquel entonces. Bueno, al menos no ocurría tan a menudo como… ahora.

Los romanos también suscribieron a la idea de belleza basada en las proporciones aunque, a diferencia de los egipcios, estaban fascinados por las curvas. Ese prototipo de belleza los llevaría después a construir a Sofía Loren, Claudia Cardinale, Gina Lollobrigida y Ornella Mutti, entre otras maravillas arquitectónicas de su tiempo.
Los griegos, en cambio, eran unos personajes barbados, con túnicas y poco apegados al trabajo que, como sabían todas las respuestas, se la pasaban buscando gente que les hiciera preguntas. Cuando no encontraban a nadie, canalizaban su sabiduría vocacional escribiendo frases que luego serían incluidas al dorso de los sobrecitos de azúcar. Máximas como ”Los componentes de la belleza son el orden, la simetría y la exactitud” y otras similares que, además de ampliar conocimientos, servían para endulzar el café.
Durante la Edad Media la investigación de la belleza fue conferida a la teología, ya que por aquel entonces predominó el argumento de que la belleza era un atributo de Dios.
Esa concepción está sujeta no sólo a la compleja consideración de la existencia de Dios sino también a las misteriosas razones filosóficas por las cuales la palabra “dios” precedida por “¡Oh!” y “mi” (o sea ¡Oh! mi dios) conforman una especie de mantra que las actrices porno suelen repetir una y otra vez durante sus películas.
En épocas recientes la psicología arribó a la conclusión que la belleza es aquello que resulta atrayente y placentero a los sentidos y causa disfrute contemplarlo, saborearlo, escucharlo, tocarlo u olerlo. De todas formas sugiero tomar algunos recaudos, ya que una cosa es tocar, saborear y contemplar a Ornella Mutti, otra cosa es escuchar a Dios y una muy distinta debe ser oler a una momia.

Si bien es cierto que la cambiante dinámica del concepto de belleza está en sincronía con la evolución del hombre (de allí que existan tantas interpretaciones), me permito afirmar que la verdadera belleza no es aquella que se nos muestra de inmediato sino la que demanda esfuerzo y compromiso, así como aquello que surge a primera vista como algo inconmensurablemente bello termina convirtiéndose en superficial. En consecuencia, la belleza que trasciende no es la que promueve arrebatos pasionales sino la que se manifiesta reposada, profunda y con un contenido conceptual que se encuentra muy por encima de la belleza inmediata. Algo de todo eso está implícito en la obra materializada por The Claudia Quintet en los álbumes The Claudia Quintet de 2002, I Claudia de 2004, Semi-Formal de 2005 y For de 2007.

Royal Toast, su nueva producción, conserva las características esenciales de la banda pero acentuando el protagonismo de la partitura por sobre los espacios adjudicados a la improvisación e incorporando a su formato habitual al pianista Gary Versace.
La apertura del álbum sobreviene con el idílico clima y la sutil eufonía de Crane Merit.
Hay compositores que crean desde la realidad pero con un impulso abstracto y John Hollenbeck es uno de ellos. Prueba de eso es que la elegancia cromática, las delicadas texturas y la sobrecogedora línea melódica de esta pieza no provienen de grandilocuentes postulados filosóficos sino que encuentra inspiración (según nos afirmara el propio autor) en la gran cantidad de tiempo que suele pasar en el baño y en las dificultades que tiene para adaptarse a los variados aspectos funcionales y arquitectónicos que éstos presentan en distintas partes del mundo. Algo que, por cierto, además de desacralizar la fuente creativa y expresar un irónico sentido del humor, reafirma la factibilidad de elaborar belleza plástica a partir de lo mundano.
Un preludio para solo de batería abre paso a Keramag, un caleidoscópico mosaico sonoro que al permitir la confluencia de devastadoras armonías y complejos patrones rítmicos, alcanza a ejemplificar tanto el dominio contrapuntístico que distingue a las composiciones de Hollenbeck como también para demostrar que el agregado del piano no sólo no desnaturaliza la impronta estética del quinteto sino que sirve para expandir con naturalidad las opciones de su paleta timbrica.
Las turbulentas armonías de Paterna Terra discurren por una senda experimental y su aletargada definición melódica recién asoma promediando la pieza, para luego evolucionar hasta alcanzar un clímax deliberadamente caótico y de espectral belleza.
Ted versus Ted, Drew with Drew, Matt on Matt y Chris and Chris son breves interludios con improvisaciones solistas a cargo, sucesivamente, de Ted Reichman en acordeón, Drew Gress en contrabajo, Matt Moran en vibráfono y Chris Speed en saxo tenor; que en la mezcla final fueron duplicadas para transformarse en duetos imaginarios.

La emotiva Armitage Shanks ofrece un ejercicio polirrítmico de notable factura, en tanto que el exótico alegato de Sphinx filtra influencias provenientes de la música tradicional egipcia, mientras que la etérea Zurn invoca conceptos del minimalismo.
El tema que da título al álbum presenta un empaque sonoro con breves motifs que se repiten, entrecruzan y multiplican y en donde los patrones rítmicos se intercalan con fantasía y colorido a la manera de un tema con variaciones. Las alusiones al jazz se corporizan en el encantador rubato de la balada Ideal Standard y en los quiebres sincopados de American Standard. El cierre, con el elegíaco For Frederick Franck, rinde tributo al famoso pintor y escultor holandés del mismo nombre, fallecido en 2006.
Royal Toast desborda creatividad, transforma en sonidos la inmaterialidad de las ideas y revela la extraña belleza de un mundo lejano, fantástico, infinito e imperecedero.

La belleza perece en la vida pero es inmortal en el arte (Leonardo Da Vinci)

Sergio Piccirilli

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