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Allegretti / Friedlander / Malaby: Stoddard Place

 

allegretti-friedlander-malabyVI, I (#1), Actora I, Namasté, I (# 2), IV, II, I (# 3), Actora II

 

Músicos:

Damián Allegretti: batería

Erik Friedlander: cello

Tony Malaby: saxo tenor

 

Sello y año: Independiente, 2014

Calificación: Dame dos

 

Simplificando, una persona puede esperar tranquilo (o no) a que las situaciones se le presenten solas, golpeen la puerta de su casa, aparezcan mágicamente…

O bien puede darse que esa misma persona decida (o necesite) ir a buscar su destino, sus oportunidades, independientemente de lo que vaya a encontrar en ese camino (durante o al final del mismo).

El baterista y compositor Damián Allegretti nació en Buenos Aires en 1988. Y, a priori, da la sensación de que puede ser incluido entre aquellos que no se quedan a esperar que las cosas (le) ocurran. Tal vez por ello estudió su instrumento con Daniel “Pipi” Piazzolla, Pepi Taveira, Eloy Michelini, Sergio Verdinelli, Sebastián Groshaus y Sebastián Hoyos; pero también composición con Guillermo Klein y cursó la carrera de jazz en el Conservatorio Superior Manuel de Falla. Y además tomó clases con Gregory Hutchinson, Clarence Penn, Rodney Green, Barry Alstchul, Mark Helias y John Wooton. Ha tocado y/o grabado con Hernán Merlo, Juan Pablo Arredondo, Ernesto Jodos, Marcelo Gutfraind, Patricio Carpossi, Paula Shocron, Luis Nacht, Pablo Puntoriero, Carlos Álvarez, Manuel Ochoa… Actualmente, además de dirigir su propio grupo, forma parte de los cuartetos de Juani Méndez y Ramiro Franceschini y del trío de Leonel Duck.

En el año 2013 Allegretti viajó a New York, lugar de residencia del ingeniero de grabación (y amigo del baterista) Luis Bacque quien, además, fue un factor importante a la hora de decidir cuestiones importantes como, por ejemplo, grabar un disco. De esta manera, Allegretti llevó a cabo en New York una trifecta que parece haber funcionado de perlas: conoció la ciudad, estudió con profesores versados y, también, grabó su álbum debut. Al que llamó Stoddard Place y registró con dos verdaderos referentes de la música creativa contemporánea. Uno de ellos, el cellista Erik Friedlander, había grabado recientemente en los estudios de Bacque; Allegretti ya había imaginado un trío que escapara del contrabajo por lo que los planetas se alinearon. El saxofonista Tony Malaby es un viejo y querido conocido de los músicos argentinos; ha venido a tocar al país e incluso ha grabado y/o tocado con varios (Guillermo Klein, Juan Pablo Arredondo, Carlos Álvarez, Richard Nant, Juan Cruz de Urquiza, Diego Urcola, Hernán Merlo, etc.), por lo que no es difícil imaginar que resultara la primera opción a la hora de darle forma definitiva a su idea.

Algo tendrá (tiene) este joven baterista y compositor argentino para que dos figuras ineludibles de la música creativa del presente milenio se entreguen a sus composiciones, arreglos y directivas. El currículum de ambos es impactante, más allá de sus respectivas carreras como líderes. El cellista, compositor e improvisador Erik Friedlander, por ejemplo, tiene su propio sello discográfico (Skipstone Records) y ha compartido (o comparte) proyectos con John Zorn, Dave Douglas, Uri Caine, Sylvie Courvoisier, Ikue Mori, Cyro Baptista, Mark Feldman, Greg Cohen, Joey Baron, Marc Ribot, Mike Sarin, Mike Patton, Laurie Anderson, Jamie Saft, John Medeski, Kenny Wollesen, Drew Gress, Myra Melford, Andy Laster, Marty Ehrlich, etc. En tanto que el saxofonista y (también) compositor e improvisador Tony Malaby ha sabido (y sabe) darse algunos gustos y privilegios tocando con William Parker, John Hollenbeck, Eivind Opsvik, Ben Monder, Paul Motian, Charlie Haden, Fred Hersch, Ches Smith, Satoko Fujii, Angélica Sánchez, Mario Pavone, Michel Portal, Michael Formanek, Mark Helias, Marty Ehrlich, Tom Varner, Wadada Leo Smith, Drew Gress, Tom Rainey, Bobby Previte, Mark Dresser… y siguen las firmas.

Así fue entonces que Damián Allegretti fue a la búsqueda de su destino (o de, al menos, una parte) y lo encontró. Stoddard Place fue registrado en una sola sesión, llevada a cabo el 10 de febrero de 2013 en Avatar Studios (New York) con Luis Bacque haciéndose cargo de la grabación, mezcla y masterización y el trío definitivamente conformado por el baterista y los mencionados Erik Friedlander (cello) y Tony Malaby (saxo tenor).

Y hay que decir que se trata de un álbum debut magnífico.

Seis de las composiciones están interpretadas en trío, mientras que las restantes I (#1), I (#2) y I (#3) son duetos tocados en las tres combinaciones posibles: batería y saxo tenor, batería y cello y cello y saxo tenor. A lo largo de todo el disco se nota un carácter compositivo que muchas veces es “sugerido”, ofreciendo tierra fértil para las inspiradas improvisaciones. VI oficia de apertura con una introducción en cello a cargo de Friedlander que subyuga y seduce; cuando se suman Allegretti (en sutil juego de tambores) y Malaby (como circunstancial líder) queda claramente de manifiesto cuáles son las intenciones ya no sólo del tema sino del álbum todo. El trío funciona con mucha soltura, desembocando sin fisuras en un pasaje a dúo a cargo de Friedlander y Allegretti que prescinden del virtuosismo en beneficio de la composición; luego el trío que da pase a un melódico “dejadme solo” del baterista para culminar los tres en un final abierto con atisbos de clásica contemporánea. Sigue el primero de los dúos (que conforma, claramente, parte de una trilogía), I (#1), interpretado en batería y saxo tenor; el segundo, I (#2), se encuentra promediando el álbum y está ejecutado en saxo tenor y cello; y el tercero, I (#3), cercano al final del álbum, es en batería y cello. Son tres momentos mágicos, donde los cambios climáticos y de efervescencia sonora surgen naturalmente, con protagonismos repartidos, con una fluidez llamativa y con la sensación de estar bien alejados de los caminos tantas veces transitados.

Otra atractiva intro de Friedlander en cello nos sumerge en Namasté, una balada liderada con el saxo tenor dentro de una atmósfera litúrgica, chamánica, con el trío brillando en la construcción, que no escatima complejidades ni lucimientos individuales. IV, en tanto, desafía con su vigor; hay cierta reminiscencia al Frank Zappa de –especialmente- The Yellow Shark en su estructura compleja y de exquisita elaboración. Antes del caótico final, un pasaje a dúo entre Friedlander y Malaby deja en claro el grado de compromiso de ambos con la propuesta. II, que a priori aparece como una composición más standard, no tarda en desnudar sus verdaderas intenciones… que no son –justamente- nada standards y lejos están de lo previsible. Con momentos que remiten a alguno de los Masada que supo (sabe) liderar John Zorn (y que Friedlander conoce en profundidad), pero también con desbordes que escapan a toda rotulación y pasajes cercanos al straight ahead con giros inesperados a mano para, gratamente, sorprender.

Actora I (tercer tema del CD) y la pieza que cierra el álbum, Actora II, son improvisaciones colectivas. Poco habría para agregar habida cuenta de las bondades en ese rubro que han sabido plasmar en muchos de sus proyectos (y ajenos también) tanto Tony Malaby como Erik Friedlander. En Actora I, el vigor que aporta cada uno no esquiva sutilezas de toda índole, especialmente en el cellista y el baterista; Malaby aparece aquí como el “terrorista”, asumiendo el liderazgo del trío en gran forma. En tanto que Actora II –el tema más extenso del disco, con sus más de 13 minutos-, comienza de manera reflexiva, etérea, casi minimalista, envolvente. Una suerte de blues comandado nuevamente por el saxofonista se hace presente, aunque lo más atractivo sucede en el diálogo que –subliminalmente, podría decirse- mantienen Friedlander y Allegretti, que van ganando protagonismo hasta que (los tres) logran trenzarse en un intercambio furioso, como si se hubiese trazado una bisectriz entre el free jazz y la clásica contemporánea. El cellista regala un pasaje de gran sensibilidad que contagia a sus compañeros y los tres se (nos) conducen hacia un final lleno de ascética tensión y lirismo.

Un cierre notable para un álbum exquisito.

El baterista y compositor argentino Damián Allegretti encontró, en su expedición neoyorquina, lo que fue a buscar con esmero, dedicación, esfuerzo y talento. Junto con Erik Friedlander y Tony Malaby pergeñó un álbum de notable factura donde se produjo, de acuerdo a palabras de Allegretti “algo mágico”, con temas que requirieron de una sola toma en una sesión de grabación que “no podría haber sido más fácil”.

Stoddard Place queda apuntado -desde ya- como una de las mejores ediciones locales del año, posicionando a su líder en un lugar de privilegio en cuanto al futuro inmediato de la música creativa contemporánea.

Damián Allegretti, con la edición de su álbum debut, puede sentirse reconfortado y feliz.

Erik Friedlander y Tony Malaby… también.

 

Marcelo Morales

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