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Kyoko Kitamura: Armadillo in Sunset Park

Armadillo in Sunset Park, Parasite, Zombie Song, Densha Song, Catching Eel with my Bare Hands, Charlie Brown’s Wandering Eye, DMG, Am, Crossing

 

Músicos:

Kyoko Kitamura: voz, piano

George Walker Petit: sonidos adicionales, efectos

 

Sello y año: KK, 2012

Calificación: Está muy bien

 

Mientras escucho música hay una parte de mí mismo que baila en mi interior (Karlheinz Stockhausen)

 

La sempiterna relación entre la música y la danza se ha manifestado de múltiples formas a lo largo de la historia del arte. Aun cuando ambas disciplinas tienen objetivos y contenidos diferenciados, resulta incontrastable la existencia de elementos propios en cada una de ellas que les han permitido beneficiarse mutuamente. Así pues, del mismo modo que la música otorga al bailarín los mecanismos necesarios para expresar y comunicar sentimientos, el movimiento implícito en la danza ha sido la piedra angular para el desarrollo de conceptos pedagógicos en la enseñanza musical, tales como el Método Dalcroze (basado en eurhythmics, solfeo e improvisación) pergeñado por el compositor y educador suizo Émile Jaques-Dalcroze y el Método Orff o schulwerk (concebido en 1930 por el compositor alemán Carl Orff). La fructífera e inextinguible conexión entre música y danza se funda también en analogías, semejanzas y aspectos compartidos, ya que las dos se distinguen -entre otros principios- por la organización temporal del sonido (ritmo), el ordenamiento de los distintos ritmos naturales (compás), la velocidad de los compases (tempo), la acción de la dinámica, los contrastes y el grado de intensidad (matices) y por el uso análogo de la agógica presente en la música a través de las ligeras modificaciones de tiempo no escritas en la partitura y manifestado en la danza por medio de las variaciones de movimientos durante el desarrollo de una coreografía.

La historia nos indica también que muchas de las formas tempranas de la danza y la música fueron creadas en conjunto y que su desarrollo se ha mantenido vinculado, a través del tiempo, con las representaciones de bailes populares, en modos musicales que implican una forma de danza en paralelo –como ocurre entre la música barroca y la danza barroca- y también en géneros desplegados por separado, tales como el ballet clásico y la música clásica.

 

De más está decir que la danza es acompañada a menudo por la música; sin embargo, suele presentarse además en forma independiente contrastando géneros y estilos e, incluso, llevándose a cabo sin música, ya sea admitiendo que el bailarín se mueva con su propio ritmo o permitiendo que éste proporcione su propio acompañamiento como sucede en la representación del estilo denominado claque o zapateo americano.

A partir del ingreso a la escena de la danza contemporánea internacional de la incomparable bailarina y coreógrafa alemana Pina Bausch, la manifiesta ligazón entre danza y música se fue corporizando en formas vanguardistas y experimentales cada vez más distantes del ballet clásico que -acudiendo a la música en vivo, la danza expresionista, el canto, la improvisación, el movimiento en su más amplia acepción y la palabra- han dado vida al género hoy conocido como Tanztheate o danza-teatro.

La intersección entre la música y la danza requiere del dominio técnico de ambas disciplinas e involucra un nivel de compromiso artístico no apto para principiantes o bisoños en la materia. Ydigo esto con conocimiento de causa, ya que en lo personal -aun teniendo buen oído para la música y siendo una persona especialmente dotada para la danza- nunca he podido lograr que ambas se conecten de manera más o menos normal. Sé que no resulta fácil comprender lo que me sucede pero… si usted es capaz de imaginar a un individuo bamboleando las caderas con desenfreno al compás de 4’33 de John Cage, haciendo breakdance al ritmo de la sonata Claro de Luna de Ludwig van Beethoven o ensayando un Pirouette en Pointe enfundado en una falda-tutú de color turquesa sobre algún tema de los Sex Pistols, tendrá una idea bastante aproximada a lo que me refiero con eso de mi incapacidad para conectar la música conla danza. De todos modos, le adelanto que esa momentánea dificultad está en vías de solución… ya que tengo decidido tomar algunas clases de baile hacia fines de este año o a principios del próximo o poco antes de mi muerte. Aquello que ocurra primero.

 

Lo concreto es que ese punto –fáctico o imaginario- en donde se cruzan la música y la danza también ofició como musa inspiradora para que la vocalista y compositora estadounidense Kyoko Kitamura desarrollara su álbum Armadillo in Sunset Park. Este trabajo –que marca su debut discográfico como solista- contiene una serie de piezas que en su mayoría han sido compuestas para ser posteriormente coreografiadas por la afamada compañía de danza neoyorquina Mark Lamb Dance.

La calidad de tesitura, peso vocal y timbre de Kyoko Kitamura tanto como su dominio técnico e infrecuente combinación de diferentes formas de improvisación vocal, la han establecido como una de las cantantes con mayor proyección de la escena vanguardista del nuevo milenio. Kitamura, además de co-liderar el grupo de avant-pop ok/ok en compañía del clarinetista Mike McGinnis, el baterista Tony Moreno y el guitarrista Khabu Doug Young (proyecto documentado en el álbum Eating Mantis de 2008), ha tenido una fuerte presencia como cantante de sesión junto a músicos y agrupaciones de la talla de Anthony Braxton (en la ópera Trillium E de 2011), Taylor Ho Bynum & SpiderMonkey Strings (en Madeleine Dreams de 2009), Jamie Baum (Solace de 2008), Laura Andel (en In::Tension de 2008 con la Laura Andel Electric Percussive Orchestra y en SonambulisT de 2002 con Laura Andel Orchestra) y Steve Coleman and Five Elements en el álbum Lucidarium de 2004. Todo esto sin dejar de mencionar sus colaboraciones con el pianista Russ Lossing, la artista visual Angie Eng, el violinista Jason Kao Hwang,la bailarina Maria Mitchell, el baterista Gerry Hemingway y el legendario contrabajista y compositor Reggie Workman, entre muchos otros.

 

Kyoko Kitamura, en Armadillo in Sunset Park, no sólo traduce en términos musicales los elementos visuales implícitos en la coreografía sino que, además, dota de vida a cada uno de los personajes e historias relatadas en él merced a la amplitud de su registro, variedad de recursos expresivos y el acabado uso de un particular sentido del humor absurdo. El carácter narrativo adjudicado a la obra está acentuado en detalle mediante los sutiles efectos y aportes sonoros provistos por George Walker Petit (quien ya trabajara con ella en 2008 como productor del álbum de ok/ok) y por los minuciosos fraseos y ornamentos que emergen del piano de la propia Kitamura.

El álbum abre con el tema que le da título, Armadillo in Sunset Park. El armadillo es un mamífero placentario de cola larga, extremidades cortas y un caparazón dorsal que –contra la voluntad del animalito- es usado para la elaboración de charangos. La carne de armadillo es apta para el consumo humano e incluso algunos la consideran un manjar. No obstante, antes de llevárselo a la boca le ruego que considere que el armadillo es portador de microorganismos causantes de la lepra y que también actúa como reservorio del parásito que transmite el chagas. Y si eso aún no lo hace cambiar de idea, piense en el sonido de un charango y desistirá en forma definitiva.

La pieza de apertura, justamente, nos relata en tono humorístico las vivencias de alguien que, hurgando en los restaurantes del tradicional barrio neoyorquino de Sunset Park, se encuentra con un armadillo cortado en rodajas listo para servirse. En ese contexto la voz de Kyoko Kitamura matiza el relato con gracia, crea la tensión que la historia necesita y se mantiene atenta al valor de la expresión pero -como si eso fuera poco- también nos ofrece la receta para preparar un puré de armadillo con arroz.(¡?).

 

El opresivo clima de Parasite está inspirado en los métodos poco convencionales para eliminar parásitos utilizados por un colega periodista –Kyoko Kitamura fue reportera televisiva en Fuji Television Network– pero esos métodos también actúan aquí como una metáfora encubierta sobre las relaciones afectivas parasitarias.

La notable y expresiva Zombie Song se funda en una línea argumental en la que el narrador descubre accidentalmente que es un zombi. Por si no lo sabe le cuento que un zombi es un muerto que ha sido resucitado mediante magia o brujería. En la literatura fantástica el término se utiliza como sinónimo de muerto viviente y, en lenguaje coloquial, se aplica a quienes hacen las cosas mecánicamente o actúan como si estuviesen privados de su voluntad… Es decir que un zombi es algo así como un vendedor de seguros, una telefonista del servicio de atención al cliente de una multinacional o un empleado público, pero sin goce de sueldo ni vacaciones.

Luego de la dramática Demsha Song – en donde Kitamura canta en japonés- y de las técnicas vocales extendidas que engalanan Catching Eel with my Bare Hands llega la atrapante y encantadora inocencia de Charlie Brown’s Wandering Eye. Pieza en la que Kitamura –tal vez amparándose en su experiencia como traductora al japonés del comic Garfield- nos relata con expresiva vivacidad los inesperados pormenores de una carrera entre dos famosos personajes de historieta: Charlie Brown y el gato Garfield.

El álbum cierra con el convincente y candoroso temperamento discursivo de Am y el inquietante clima operístico y la expresiva teatralidad de Crossing.

 

Kyoko Kitamura, en Armadillo in Sunset Park, unifica de manera novedosa mundos artísticos dispares y lo hace con humor, ingenio, gracia y un invalorable instinto lúdico.

 

La creación de algo nuevo no se logra con el intelecto, sino por el instinto lúdico que actúa desde una necesidad interior (Carl Jung)

 

Sergio Piccirilli

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