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Peter Gabriel en concierto: Terapia Colectiva

Hollywood Bowl – Los Angeles, California (USA)

Sábado 6 de octubre de 2012 – 20:00 hs.

 

El legendario cantautor británico Peter Gabriel llegó el pasado 6 de octubre al no menos famoso Hollywood Bowl de Los Angeles como parte del Back to Front Tour 2012, gira cuyo destino principal estuvo centrado en ofrecer una reinterpretación de los temas contenidos en el álbum más exitoso de su carrera solista: So, de 1986.

A tal fin, Gabriel volvió a reclutar a la banda que –un cuarto de siglo atrás- lo había secundado en escena durante la presentación en vivo de dicho material, es decir: Tony Levin en bajo, David Rhodes en guitarra, David Sancious en teclados y Manu Katché en batería, más el agregado en esta ocasión de las noveles vocalistas Jennie Abrahamson y Linnea Olsson.

En relación a la carrera de Peter Gabriel se ha escrito mucho, así que es prácticamente imposible decir algo que no resulte repetido, sabido, trillado y… repetido. A decir verdad, sobre la carrera de esta leyenda del rock me siento en condiciones de llenar páginas, páginas y más páginas (con dibujitos, cositas y hasta con palabritas formando oracioncitas) pero no me parece oportuno ni justo hacerlo sin antes conocer cuánto sabe usted -o le interesa saber- sobre la vida de este distinguido caballero ingles. Aun así, tomaré la iniciativa comentándole algunas intimidades que además de resultarle desconocidas le permitirán comprender la absoluta falta de objetividad en este comentario. Recuerdo haber oído cantar por primera vez a Peter Gabriel cuando tenía once o doce años (yo, no él). Por aquel entonces aún estaba en Genesis (él, no yo) y si la memoria no nos falla (la de ambos) el primer tema que escuché fue Looking for Someone del álbum Trespass de 1970. Desde ese mismo momento –y por motivos que aún desconozco- me obsesioné a tal punto por su música, el timbre de voz y la expresividad de su estilo, que terminé llenando mi habitación de imberbe con los discos que lo tenían como protagonista, con revistas y material gráfico en donde aparecía y hasta llegué a desarrollar una investigación de índole amateur que me llevó a descubrir –para mi sorpresa- que el verdadero apellido de Gabriel era justamente ése y no Smith, ni Rodríguez o Cantalapiedra o Tomashevsky y mucho menos Rabah Yamel El-Kotur.

 

En aquel tiempo llegué también a convencerme de que podía cantar como él e incluso, durante un tiempo, creí que mi timbre de voz se le parecía bastante (en realidad mi voz se parecía bastante a un… timbre), así que entonaba sus canciones en encuentros con amigos, reuniones familiares y fiestas estudiantiles. Sin embargo empecé a intuir que algo no andaba bien con mi incipiente carrera artística, cuando algunos allegados me pidieron –aduciendo razones de acústica- que cantase en un sótano o en el desierto. Por fortuna, estas dudas fueron disipándose con la llegada de las primeras amenazas anónimas y desaparecieron definitivamente el día en el que me dejaron cantando adentro de una caja fuerte en las profundidades del Océano Pacifico.

El tiempo pasó, mis intereses y aspiraciones cambiaron, el contexto es diferente y ya no tengo edad para ser un adolescente (o mejor dicho, tengo edad para ser varios adolescentes a la vez), así que de aquello sólo me quedan algunos recuerdos en blanco y negro y con olor a naftalina. No obstante, cada vez que vuelvo a Peter Gabriel –ya sea a través de sus discos o en conciertos- vuelvo a experimentar una fuerte carga emotiva y sensaciones muy próximas a lo que el filósofo y sociólogo austríaco Karl Popper denominaba como “hipótesis previa” de la apreciación estética. Idea en donde se describe la existencia de un punto de inseguridad –manifestado en el gusto personal- que no tiene base científica pero que nos lleva encontrar en el objeto artístico aquello que buscamos.

 

El desbordante entusiasmo colectivo reinante en la noche del Hollywood Bowl nos permite inferir que sus veinte mil localidades están ocupadas por personas (pre)dispuestas a encontrar lo que han venido a buscar, aun cuando las cosas no sucedan como esperan.

Debemos considerar que éste es el concierto de una leyenda del rock, por lo tanto la lógica pronostica un inicio bien arriba con un tema archiconocido y acompañado por fuegos de artificio, bombas de estruendo, luces láser, imágenes en 3D, suelta de palomas y sacrificios humanos, por sólo citar los recursos más habituales en este tipo de espectáculos. Y aquí –como era de esperar- ocurrirá exactamente… lo contrario.

La apertura nos trae a Peter Gabriel en piano y voz secundado por Tony Levin en bajo acústico presentando –con un sonido deliberadamente moderado y casi en penumbras- el inédito OBUT. Una balada apenas discreta –definida por su autor como “un trabajo en progreso”– que no agrega demasiado a lo ya conocido pero que logra transformar el desbordante clima de origen en una atmosfera sobria, relajada e intimista.

A continuación se suman David Rhodes en guitarra acústica, David Sancious en acordeón, Manu Katché en percusión y las vocalistas Jennie Abrahamson y Linnea Olson para ofrecer en conjunto una delicada relectura en formato unplugged de Come Talk To Me, tema perteneciente al álbum Us de 1992. Luego llega una extraña, simpática e irreconocible versión de Shock the Monkey, del álbum Peter Gabriel IV de 1982, que arrancó del público risitas cómplices y aplausos en idénticas proporciones.

El segmento acústico concluye con una conmovedora interpretación del inoxidable clásico Family Snapshot – correspondiente a Peter Gabriel III de 1980- que, además de ayudarnos a comprobar que el caudal de voz de Gabriel está intacto y con la misma expresividad de siempre, también sirvió para dar acceso al imponente despliegue lumínico e inmejorable sonido que nos acompañaría durante el resto de la noche.

 

Mis años de experiencia en terapia me han aportado grandes progresos que no voy a enumerar aquí. A modo de ejemplo de los beneficios obtenidos, bastará con decirle que en la primera sesión de psicoanálisis mi terapeuta me pareció una persona amable y cordial pero ahora –con décadas de trabajo analítico a cuestas- sé lo suficiente como para preguntarme: ¿qué habrá querido decir aquella tarde cuando me dijo “buenas tardes”?

De todos modos –y para no perder el hilo de la conversación- le voy a confesar también que más de una vez pensé hablar en terapia de aquella vieja obsesión de adolescente por Gabriel pero, desafortunadamente, el día en que me animé a hacerlo la sesión se suspendió porque mi terapeuta tenía que ir a un concierto de… Peter Gabriel.

Y hablando de psicoanálisis como mecanismo terapéutico para enfrentar percepciones existenciales en crisis, traumas y obsesiones… le cuento que ése es el tema, justamente, que aborda la letra del vibrante –y aquí  muy festejado- Digging in the Dirt del álbum Us de 1982 con el que comienza la parte “eléctrica” del concierto en la noche angelina.

Procedente del mismo álbum sobreviene después una correcta entrega de Secret World a la que le sigue un memorable e impactante repaso de la oscura, atrapante y enigmática canción de Peter Gabriel IV de 1982: The Family and the Fishing Net. El estado de éxtasis colectivo se prolonga y profundiza en la magnífica recreación de No Self Control (de Peter Gabriel III de 1980), tal vez uno de los momentos más logrados del show merced a la inmejorable interpretación de Peter Gabriel, los aquilatados aportes instrumentales -principalmente a cargo de David Rhodes y Manu Katché– y  el estratégico despliegue de una portentosa parafernalia de luces, trucos escénicos y atinados efectos sonoros.

Ovación muy (pero muy) merecida.

 

Tras una aplaudida –y para mi gusto, insípida- versión del clásico de 1977 Solbsbury Hill, Peter Gabriel regresa al piano pare cerrar esta sección destinada a transitar distintos puntos de su discografía con una sosegada y cálida aproximación al tema del álbum Us de 1982: Washing of the Water.

De aquí en más el concierto estará íntegramente abocado a recorrer el álbum So de 1986, de principio a fin y en el mismo orden del disco original. Todo el mundo sabía de antemano que eso sucedería; pero cuando Peter Gabriel lo anuncia desde el escenario la gente se descontrola y estalla en grititos orgásmicos como si los hubieran tomado por sorpresa… Empiezo a creer que ha llegado el momento de buscar un psicoanalista que tenga un diván con capacidad para albergar a veinte mil personas juntas.

En cumplimiento del plan trazado se van sucediendo una enérgica entrega de Red Rain –tema basado en un sueño recurrente de su autor en el que aparecía nadando en un mar de aguas rojas-, las contagiosas cadencias del mega hit Sledgehammer –con coreografía incluida-, un logrado repaso del vigente alegato sobre la desocupación manifestado en Don’t Give Up –aquí con Peter Gabriel secundado por la exquisita voz de Jennie Abrahamson– y los encendidos impulsos rítmicos de That Voice Again.

 

En la bellísima Mercy Street –pieza inspirada en la obra 45 Mercy Street perteneciente a la poetisa estadounidense Anne Sexton- Peter Gabriel canta acostado mientras una cámara sigue sus movimientos mediante una toma cenital que es proyectada en las pantallas ubicadas a los lados del escenario. Seguidamente devienen el exitoso Big Time –cuya letra traza una caricatura de la economía mundial-, el clima opresivo de We Do What We’re Told (Milgram’s 37) –tema que hace referencia al demencial experimento con el que el psicólogo Stanley Milgram intentó medir la disposición del individuo para obedecer a la autoridad, aun cuando las órdenes impartidas entren en conflicto con su conciencia personal-, la levemente baladí This is the Picture (Excellent Birds) y la efusiva versión –cantada a coro con el público- de In Your Eyes con la que concluye el concierto.

 

La estruendosa ovación trae de regreso a la banda para un inesperado primer bis con The Tower that Ate People -tema incluido en la banda sonora del multimedios Ovo:Millenium Drome Show que sirve de excusa para que una nave descienda sobre el escenario y, literalmente, se trague a Gabriel. El cierre definitivo llega con un auténtico tour de force de su repertorio: Biko.

 

Aún no sé de donde nació mi obsesión de adolescente por Peter Gabriel; pero he comenzado a entender que el periódico retorno a su música tiene un efecto sanador y terapéutico porque me reconecta con los (mejores) sueños y anhelos de la juventud.

En ese sentido, las inequívocas similitudes emocionales halladas en la conmovedora reacción del público ante lo ofrecido esta noche, me hicieron sentir como si en lugar de asistir a un concierto hubiese participado de una inolvidable sesión de… Terapia colectiva.

 

Sergio Piccirilli

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