(Edit. El Ateneo)
De un salón de baile por el que pasé, salió a mi encuentro una violenta música de jazz, tosca y cálida como el hálito de carne cruda. Me quedé quieto un momento: este tipo de música siempre tuvo, aunque la reprobaba tanto, un oculto atractivo para mí. El jazz me provocaba aversión, pero la prefería diez veces más a toda la música académica de hoy; llegaba hondamente con su rudo y alegre salvajismo hasta el mundo de mis instintos, y respiraba una honrada e inocente sensualidad.
Estuve un rato olfateando, aspirando por la nariz esta música; la lírica era pegajosa, superazucarada y goteaba sentimentalismo; la otra mitad era salvaje, caprichosa y enérgica, y sin embargo, ambas mitades marchaban juntas, ingenua ypacíficamente, formando un todo.
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