Uncategorized

Ian McEwan: Sábado

Editorial Anagrama

Perowne se pregunta a veces si en su juventud podría haber adivinado que un día engendraría a un músico de blues.
Él, lisa y llanamente, fue sometido, sin objeciones ni quejas, a un proceso fluido y continuo desde el colegio y la facultad a la tercera adquisición  de experiencia clínica en Londres. ¿Cómo él y Rosalind, personas tan aplicadas y convencionales, habían procreado a un espíritu tan libre? Un ser que se viste, con cierta ironía, al estilo de los bohemios años cincuenta, que no lee libros y se niega a seguir asistiendo a un centro docente, que rara vez se levanta de la cama antes de la hora de comer y cuya pasión consiste en dominar todos los matices de la tradición. Delta, Chicago, Mississippi, en determinados compases que para él contienen la clave de todos los misterios, y en el éxito de su banda, New Blue Rider. Theo posee una versión agrandada de la cara y los ojos dulces de su madre, aunque no son verdes, sino castaño oscuro: las proverbiales almendras, con un leve sesgo exótico. Tiene la mirada de su madre, abierta de par en par y bienintencionada, y una variante más fuerte y compacta de la figura desgarbada y los huesos grandes de su padre. Por suerte para su oficio, también ha heredado las manos de Henry. En el mundo chismoso y cerrado del blues británico, dicen que Theo es una promesa, que ya posee una comprensión madura del lenguaje, y que quizás un día podría codearse con los dioses, es decir, con los dioses británicos: Alexis Corner, John Mayall, Eric Clapton. Alguien ha escrito en algún lugar que Theo Perownetoca como un ángel.
Su padre, por supuesto, refrenda esta opinión, a pesar de sus dudas sobre los límites de la forma. Le gusta mucho el blues; de hecho, fue él quien le mostró a Theo, a los nueve años, cómo sonaba. Después, el abuelo se hizo cargo. Pero ¿producen una satisfacción vitalicia doce compases de tres acordes obvios? Tal vez sea uno de esos casos en que un microcosmos te da el mundo entero. Como un plato lleno de Spode. O una sola célula. O, como dice Daisy, una novela de Jane Austen. Cuando el intérprete y el oyente conocen tan bien el recorrido, el placer reside en la desviación, en el giro inesperado contra la corriente. Ver el mundo en un grano de arena. Perowne trata de convencerse de que es lo mismo que tratar un aneurisma: una absorbente variación de un tema invariable.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *