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Francois Couturier: Nostalghia – Song For Tarkovsky

Le sacrifice, Crepusculaire, Nostalghia, Solaris I, Miroir, Solaris II, Andrei, Ivan, Stalker, Le temps scelle, Toliu, L’eternel retour

Músicos:
Francois Couturier: piano
Anja Lechner: cello
Jean-Marc Lerche: saxo soprano
Jean-Louis Matinier: acordeón

ECM, 2007

Calificación: Está (muy) bien

Nostalghia: Song for Tarkovsky es un álbum del pianista y compositor Francois Couturier inspirado en la obra de uno de los grandes directores de cine de todos los tiempos: Andrei Tarkovsky.
Algunos deben tener presente el último trabajo de Couturier, Le pas du chat noir. Otros lo recordarán por haber integrado la banda de John McLaughlin durante la década del ’80.
Los menos memoriosos quizás no puedan precisar quién es Couturier, ni McLaughlin y mucho menos Tarkovsky. Pero más grave es el caso de un grupúsculo de personas, a los que provisoriamente llamaremos “los amnésicos”, que ni siquiera saben cómo llegaron a este comentario.
En cada una de las composiciones de Nostalghia: Song for Tarkovsky hallamos un intento por representar una emoción específica ligada al universo del gran cineasta ruso: su filmografía, su estilo, sus actores, la música de sus películas y también su forma de jugar con los colores.
Couturier no sólo asumió el riesgo implícito que significa captar la esencia del pensamiento de Tarkovsky, sino que además transforma en sonidos un mundo construido en origen por imágenes.
El cine es una conversación audiovisual que involucra al espectador por medio de complejas operaciones que son ajenas a la película en sí. Para el psicoanálisis, esa movilización tiene que ver con la idea del deseo.
El deseo de ver o el deseo de seguir viendo o recorrer el camino de la duda a través de la interpretación.
Allí el espectador ocupa una posición de privilegio ya que puede ver todo sin ser visto, sobre todo si uno se sienta en la última fila y con la cabeza entre las piernas. Usualmente las propias, salvo que una señorita (o señora) lo autorice. Ahora bien, si usted prefiere un señor es asunto suyo; después de todo… esta oscuro.
El cine en sus comienzos no era considerado un arte, sino una curiosidad científica, una técnica de fotografía o un entretenimiento; pero, a medida que su lenguaje se fue embelleciendo, adquirió un estatuto artístico.
Tarkovsky, tal vez, haya sido quien más contribuyó en ese sentido.
Su obra, además de la profundidad conceptual, tiene un carácter melancólico enfatizado por la utilización de extensos planos secuencia.
El primer acierto de Couturier radica en que sus composiciones tienen un efecto similar. Para ello sacrifica su vocabulario jazzístico en pos de ofrecer una respuesta contemplativa y que invoca a la reflexión. Así formaliza una estructura narrativa que invita a la percepción simbólica, en perfecta simetría con el objeto artístico que motivo este trabajo.
Couturier no intenta trasladar en forma lineal el núcleo creativo de la obra de Tarkovsky; sólo abreva en sus fuentes como medio de inspiración. Y esto no debe resultar una tarea sencilla ya que el nervio principal de esa inspiración proviene de alguien que sentenció: ”Estoy convencido que una película no necesita música”.

Curiosamente, el disco inicia con Le sacrifice, composición que alude al último trabajo cinematográfico de Tarkovsky. El Sacrificio recibió el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cannes en 1986. El soundtrack de esta película (maravillosamente protagonizada por Erland Josephson) incluía música folclórica japonesa y suiza y una versión de La pasión de San Mateo de Johann Sebastian Bach.
Couturier se inspira en el Ebarme Dich de ese oratorio de Bach que aborda el sufrimiento de Cristo según el Evangelio de San Mateo. Un etéreo solo de piano precede a los intensos acordes de Jean-Louis Matinier en acordeón. Sobre el final se invierten los roles estructurales pero conservando el lineamiento esbozado al inicio.
Sigue Crepusculaire en homenaje a Sven Nikvist, quien fuera director de fotografía en la película El Sacrificio. Un extenso pasaje en cello a cargo de Anja Lechner desemboca en una sugestiva intervención de Couturier en la que los silencios ocupan un lugar de privilegio. Las capas de texturas con claras connotaciones barrocas se diluyen lentamente luego de ser atravesadas por un luminoso solo de piano.
Nostalghia está dedicada a Tonino Guerra, quien colaboró con Tarkovsky en 1983 en el guión de la película del mismo nombre. Sobre una delicada secuencia de acordes surgidos del piano de Couturier, se desliza el saxo soprano de Jean-Marc Lerche hasta confluir con el resto de los instrumentos en un reposado y melancólico final.
Solaris, basada en un libro de Stanislaw Lem fue, tal vez, la obra culminante de Tarkovsky. Usted seguramente se preguntará por qué extraña razón Couturier en Solaris I y II optó por desarrollar las únicas improvisaciones grupales incluidas en este disco.
Con absoluta seguridad, también me pregunto lo mismo.
En Miroir hallamos un solo de piano inspirado en el film de 1974 El Espejo, que alude a la música de Henry Purcell incluida en el soundtrack.

Andrei refiere al film que obtuviera en 1966 el Premio de la Crítica en el Festival de Cannes: Andrei Rublev. Couturier acepta claras influencias del Tercer Movimiento de la Sonata número 1 para violín, cello y piano de Alfred Schnitke pero asimila un vocabulario próximo al serialismo con perspectiva tonal. Desarrollando un ejercicio de pluralidad estilística que emula la polifacética figura de Shostakovich al adoptar un discurso estético que va mas allá de las formas, pero que a su vez abreva en un territorio postmoderno compartido con Arvo Part y Gorecki.
Ivan se basa en la obra de Tarkovsky de 1962 que obtuviera el León de Oro en el Festival de Venecia, La infancia de Iván. Una desconcertante introducción a “lo Piazzola” desemboca con dramática convicción en una serie de contrapuntos que parecen ajenos al espíritu nostálgico que domina este álbum. No digo que esté mal, dije ajeno…
A ver si me entiende. Ajeno como… no sé… como una pareja sueca con un hijo negro. No quiero meterme en lo que no me importa pero… según parece, el matrimonio no se llevaba bien desde hacía algún tiempo y…
¡Olvídese del asunto! El tema está bien y punto.
No es que quiera echar leña al fuego pero… el marido tendría que haber empezado a sospechar cuando su esposa propuso que si el bebé era varón se llamase Congo y África si tenían una niña.
En todo caso es un asunto ajeno…¡Ji! ¡Ji! No dije que esté mal, dije ajeno.

El sinuoso vocabulario de Stalker inspirado en el film homónimo, es utilizado por Couturier para homenajear a Eduard Artimiev.
Artimiev fue el primer compositor ruso que empleó música sintética en el cine. Empezó a colaborar con Tarkovski en Solaris y desde ese momento mantuvieron una sociedad artística que se extendió también al teatro para la adaptación de Hamlet que hiciera el cineasta ruso.
Toliu
rinde tributo a un actor fetiche del cine tarkovskiano: Anatoli Solonitsyn. Solonitsyn fue Sartorius en Solaris, el médico extraviado en El Espejo, el protagonista en Andrei Rublev y el escritor en Stalker. Aquí, Couturier ofrece una sentida alusión al “amen” del Stabat Mater, obra capital de Giovani Battista Pergolesi (uno de los compositores recurrentes en la música de las películas de Tarkovsky).
L’eternel retour retoma la influencia del primer tema, el Matthauspassion de Bach pero en este caso dedicado a Erland Josepshon, actor que interpretara a Alexander en El Sacrificio y a Domenico en Nostalghia.
En Nostalghia: Song for Tarkovsy, Couturier expone respetuosamente su pasión por uno de los más grandes artistas del siglo XX. Y eso es mucho más de lo que otros, con idéntica pasión, hemos podido hacer.
Existe algo más escaso, fino y raro que el talento.
Es el talento de reconocer a los talentosos (Albert Hubbard)

Sergio Piccirilli

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