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Sabrina Lastman: Los pliegues del alma / The Folds of the Soul

Nature Boy, Lonely Man, In a Place I’ve Been, Dindi, Susurramos, Cilada verbal

Músicos:
Sabrina Lastman: voz
Oleg Bogod: piano
Ora Boasson Horev: contrabajo
Ham Peskoff, Amit Silverstein: batería
Dvir Katz: flauta

Perro andaluz, 2007

Calificación: Dame dos

Uno no es lo que ha vivido sino lo que quiere reconstruir de lo que vivió (Gabriel García Márquez)

La toma de una decisión es un proceso a través del cual realizamos una elección entre distintas alternativas para resolver diferentes situaciones de la vida. Éstas pueden presentarse en diferentes contextos: a nivel laboral, sentimental, familiar y sentimental o sentimental. (Disculpe la redundancia pero éste es mi comentario y las proporciones tienen derecho de autor). La toma de decisiones consiste en elegir una alternativa entre las disponibles ante un problema potencial o actual, aun cuando no se evidencie un conflicto latente.
Por lo general la toma de decisiones, al menos a nivel individual, requiere que hagamos uso del razonamiento y pensamiento; y sin importar su naturaleza implica conocer, comprender y analizar.
Así ocurre en la mayoría de los casos y algunas veces en el mío.
Si bien toda decisión que tomamos tiene repercusiones en nuestra vida, en ciertos asuntos, por ser tan simples y cotidianos, su proceso se realiza de forma implícita, rápida e inconsciente. Aun así, siempre conservan como materia prima la información.

Cuando supe de la existencia del álbum de Sabrina Lastman de título Los pliegues del alma / The Folds of the Soul, reconozco que esa materia prima era escasa. No tenía mayores referencias ni puntos de apoyo que justificaran la decisión de escuchar o no el disco, sin embargo lo hice.
Debo confesar que esa elección se vio alentada más por el hecho que Lastman es nacida en Montevideo, Uruguay, que por valoraciones estéticas o artísticas. Y no porque Lastman no esté sujeta a ese tipo de jerarquizaciones, sino porque mi momentánea ignorancia lo impedía.
Si usted me permite pasar al confesionario, tal vez pueda explicarlo mejor o al menos intentarlo.
Siempre tuve particular debilidad por Uruguay. Sentimiento tal vez emanado de aquella gesta académica en el Centenario de Montevideo que consagró a (mi) Racing como un ícono del avant garde futbolístico en 1967. Movimiento que luego otros continuaron rutinariamente.

En mis años mozos… ¡no! No trabajaba en un restaurante, pese a que más de una vez me han dicho que era buen mozo…
Dos veces para ser más exacto. (Mi mamá fue una de ellas).
Como le iba diciendo…
Durante la adolescencia (aquellos años mozos, lugar que me niego a abandonar hasta conseguir un buen puesto en la adultez) viajaba a Montevideo con frecuencia, so pretexto de permitirme ver aquellas películas que la censura argentina nos impedía apreciar libremente.
Recuerdo que mientras hacía tiempo para que abriera sus puertas la Cinemateca Uruguaya, sita en Lorenzo Carnelli 1311, me deleitaba recorriendo el paseo cultural de la ciudad vieja con sus artistas callejeros, artesanos y anticuarios o sentándome a tomar mate en el Parque Rodó. Aunque mi pasatiempo favorito era la feria de Tristán Narvaja, entre 18 de Julio y La Paz en la que uno podía encontrar desde una vieja fonola a un puesto de venta de dentaduras postizas usadas. Sin olvidar mencionar algunas memorables paradas gastronómicas en La Pasiva en las que intentaba emular la típica destreza uruguaya para comer un chivito a la canadiense sin ensuciarme.
Finalmente, para evitar una humillación publica, terminaba comiendo un dócil y humilde frakfrurter.
Tengo todos esos recuerdos apresados en Los pliegues del alma
¡Uy… justo de eso quería hablarle!

De antemano aclaremos con en Los pliegues del alma, de Sabrina Lastman, encontramos música a diferencia de los míos en los que hay viejas fonolas, dentaduras postizas usadas y frankfrurters.
Bueno, manos a la obra que la vida es corta.
El disco abre con una versión de Nature Boy. Una decisión temeraria por parte de Lastman, ya que este clásico de Eden Ahbez ha sido interpretado por una lista infinita de cantantes. Desde Nat King Cole a Frank Sinatra, de Ella Fitzgerald a Sarah Vaughan y de James Brown a Cher. Sin dejar de mencionar las versiones instrumentales de John Coltrane o Miles Davis o su periódica inclusión en películas tales como The Boy with Green Hair, Moulin Rouge (cantado por David Bowie), Angel Eyes y este último año en el film francés Peindre ou faire l’amour.
El enfoque de Lastman, aun cuando reconoce influencias de la versión que hicieran Nancy King y Glen Moore en el álbum Cliff Dance, es personal y convincente. Los arreglos son de una inapelable exquisitez armónica pero el núcleo de la paleta de sonidos lo ocupa el amplio rango vocal y la reveladora naturalidad expresiva de Sabrina Lastman.
En Lonely Man, composición que le pertenece, Lastman manifiesta otro de sus atributos: cantar con autoridad en diferentes idiomas. Aquí lo hace en inglés y castellano, en forma alternada. Muy buen trabajo de Ora Boasson Horev en contrabajo con arco y sobresaliente dominio de la libre improvisación a cargo del pianista Oleg Bogod.
En In a Place I’ve Been, Lastman explora en la voz como instrumento, ampliando los límites de la composición y creando paisajes sonoros que descubren sentimientos para los que no existen palabras, además de crear un juego de contrastes y paralelos con la batería que realza y enriquece el paisaje musical.
Sigue con una cautelosa versión de Dindi, el clásico de Antonio Carlos Jobim y letra de Aloysio de Oliveira, con una cálida entrega de Lastman, aquí cantando en portugués.

En Susurramos, Lastman le pone música al exquisito poema de la escritora uruguaya Idea Vilariño. La intensidad de su interpretación es decididamente consagratoria y los intensos matices ofrecidos por el piano terminan por configurar el contundente entramado armónico.
El disco cierra con una versión a capella de Cilada verbal con música de Lastman sobre textos del ensayista, poeta y cronista brasilero Alfonso Romano de Sant’anna.
La propuesta musical de Los pliegues del alma concentra un amplio espectro musical con epicentro en el jazz e innegables influencias del avant-garde y la música clásica contemporánea. Delicado y sutil en sus formas y profundo y reflexivo en su contenido. Hurgando con precisión en las fuentes conceptuales de la obra literaria de Gilles Deleuze manifestadas en El pliegue: Leibnitz y el barroco. “El pliegue ha sido siempre una constante de todos los periodos artísticos; obtiene sus más claras percepciones de un sombrío fondo, así pues el alma está también llena de pliegues oscuros”, dice Deleuze. Hoy en día, la música está bajo fuego enemigo porque la fuerza y el poder del arte musical son temibles. Del arte nace el espíritu crítico y la inspiración creadora. La memoria y  el conocimiento y de allí a la libertad hay un paso. Si bien es cierto que la música tiene que ver con el pensamiento y lo inmaterial, termina por configurar una topografía de valores que nos elevan por sobre los pliegues oscuros del alma. Lastman con este disco, en su intento por elevarse sobre ellos, nos ofrece una ayuda que tal vez no hayamos pedido, pero que seguramente en algún momento necesitaremos.

Los espejos se emplean para verse la cara, el arte para verse el alma (George Bernard Shaw)

Sergio Piccirilli

Nota relacionada: Por Los Codos – Sabrina Lastman

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