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Luis García Montero: Mañana no será lo que Dios quiera

La música fue siempre importante en las puertas, los poemas y los recuerdos de Ángel. Música de la clandestinidad, de las palabras, de los bailes juveniles y de dar las noches interminables con una guitarra en las manos. Su primer acercamiento a la guitarra se debió al sargento-jefe de la banda de tambores y cornetas de la Legión, que entró en Oviedo el 17 de octubre, justo cuando los habitantes hacinados de las casas de doña Nieves y doña Elisa esperaban que llegasen los combatientes republicanos.

Pero su primer acercamiento a la música, no muy afortunado para decirlo todo, fue responsabilidad de doña Soledad Bueno, que sabía solfear porque en su juventud había sido actriz y cupletista. Para matar el tiempo, que era lo único que aquella buena mujer deseaba matar, aunque sufriese horas de muerte, luchas y hombres escondidos, se ofreció a dar clases de música a los muchachos que se habían quedado sin instituto por culpa de la guerra.

Después de abandonar la casa de doña Nieves y de regresar a la calle Fuertes Acevedo, Ángel siguió acudiendo al domicilio de doña Elisa, si las mañanas, las tardes o las bombas se lo permitían, para intercambiar libros, esta aventura de Julio Verne por un tomo de Las mil y una noches del doctor Mardrus, este Azul de Rubén Darío por una novela de Galdós, para compartir sueños y dolores con sus amigos los Taibo, o para recibir alguna clase, más bien pocas, de doña Soledad.

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