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Thomas Merton: Ariadna

A través de la llameante tarde
los tamborines hablan juntos como langostas;
la flauta derrama su delgado arroyuelo sin fin,
entretejiéndolo con el repiqueteo de los palillos sobre la marimba.
Los tambores y las campanas cambian puñados de brillantes monedas;
Thomas Mertonlos tambores y las campanas esparcen su música,
como peniques a través de todo el aire; y, mira,
la delgada mano del tocador del laúd
rápidamente arranca las notas brillantes de las cuerdas
y las esparce como gotas de agua.
Detrás de las cortinas de bambú; detrás de las palmas;
en las recámaras verdes y salpicadas de sol de su palacio,
Ariadna con sus zapatillas rojas y un pequeño bostezo,
tira una bola sobre la rueda de su ruleta.
De pronto, justamente al norte, un barco griego salta en el horizonte,
como un potrillo, patea la espuma.
El barco navega a través de la llanura
de brillantes amatistas y gime ante la escollera.
La ciudad entera corre a ver: rápida
como la mano cuando se cierra se arrían las velas.
Entonces los tambores se aturden y la multitud exaltada, clama:
Oh, Teseo ¡Oh, héroe griego!
Como un pensamiento a través de la mente,
Ariadna se dirige a la ventana.
De la armadura del capitán de ojos negros
flechas de luz saltan en todas direcciones.
Flechas de luz resuenan dentro de ella
como las cuerdas de una guitarra.

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