Fernando Tarrés: Con Guitarra Es Otra Cosa
Hagamos un alto. Yo tenía un claro recuerdo de que el disco de Wayne Shorter “High Life” era decididamente flojo, pero ni idea del revuelo que se había armado. Puesto a buscar, me encontré con algunas cosas interesantes.
El disco fue la reaparición del saxofonista luego de siete años de silencio y el domingo 15 de octubre de 1996 Jack Watrous escribió la nota referenciada por Tarrés bajo el título “Una generación de jazz y el castigo de Miles Davis”. Luego de decir que “Wayne Shorter es considerado el compositor vivo de jazz más influyente”, Watrous se despacha con frases lapidarias, acusándolo de haber estado “desperdiciando su talento durante los últimos 25 años, mostrando apenas destellos de lo que supo ser”. Y remata afirmando que “High Life es un soberbio fiasco y un desperdicio de su enorme talento; es como si Picasso hubiera abandonado la pintura para dedicarse a diseñar postales”.
Shorter a su vez dijo lo suyo: “Cuando yo tenía 15 años vi a Charlie Parker 5 veces en el Open Door. Lo vi a Miles tocando con el noneto, escuché a Bud Powell, Stan Kenton, Duke Ellington… vi a gente salir de esto y de aquello. Gente como Peter (Watrous) tienen un arma, un diario. Los músicos no tenemos un diario. Hacemos discos y tocamos música. No me interesa el New York Times; yo sólo debo salir y ser un individuo. He visto escritos de gente cuyas experiencias son muy limitadas. Hablan acerca de formalidades, tecnicidades, raíces. Peter no sabe nada acerca de esas raíces. Y debería aprenderlas algún día”.
Todo esto nos obliga a preguntarle a Tarrés si no cree que el hecho de que no haya críticas desfavorables, termina frenando a un músico, pero (me) preocupa cierta mirada entre amenazante y pensativa, lo que obliga a una pequeña ampliación con respecto a si no es contraproducente para un artista que siempre haya algo acomodaticio y que lo que es horrible no esté tan mal.
Hummm… es una buena pregunta… (zafamos); yo creo que como todo, la demasía de cualquier cosa es contraproducente; viste cómo es esto… el ego y la confianza en uno mismo y demás… más allá de toda esta cosa más artística del mensaje, de si tenés algo o no para expresar que… es creíble y todo, ¿no? Pero después… hay que bajar. Vivís en una sociedad donde hay premios y castigos. El exceso de complacencia por parte de la prensa genera en los artistas algo nefasto. Y el exceso de reprobación o de no ayuda o de no apoyo genera también algo negativo. Digo, ese ejemplo es salvaje y definitivamente tiene que hacerte pelota y depende también a quién lo agarre. De pronto lo agarra a Shorter con la mitad de la historia de jazz contándolo a él, con su esposa e hija que habían muerto en un accidente de avión un año atrás y teniendo que salir de eso… el tipo totalmente metido en un mambo casi te diría de búsqueda, de equilibrio… lo encuentra al tipo con espalda para recibir semejante palo. A alguien que está iniciándose, alguien joven, a quien le hicieron creer que esto lo catapultaba… y sí… le puede destrozar la carrera. Yo me acuerdo de Ryan Kysor (trompetista); a ése lo tumbaron mal. Y también a un pianista muy joven… no me acuerdo el nombre… que había sacado un disco con toda la pompa y lo habían propuesto como que era Keith Jarrett y también lo hicieron bolsa. Era la época de los ‘young lions’ cuando estaban surgiendo Joshua Redman, Roy Hargrove…
¿El pianista no era Sergio Salvatore?
¡Ése! Yo no te puedo explicar cómo le dieron a esa criatura, pero mal. Y en un punto merecido, porque lo que habían editado daba como para darle, pero llega un punto en el que estás jugando con el diablo; o sea, vos te estás dejando lanzar a un nivel; la corporación hace lo que corresponde, que es defender eso y avalarlo desde donde sabe y desde donde tiene instrumentada su maquinaria para hacerlo; y la prensa hace lo que sabe, que es hacer de eso una noticia. Y el tipo quedó en un momento histórico donde una generación intermedia de jazzeros que había quedado como en la lona, como que se los habían salteado… la generación de Joe Lovano, que hasta que apareció él, John Scofield, salvo 4 ó 5 elegidos, realmente fueron como no vistos, o sea, un montón de gente que la venía peleando y no les daban ni cinco de bola. Y de pronto aparecen estos contratos por miles de dólares con Joshua Redman, Roy Hargrove, toda esa gente y encima aparece este chiquito; entonces… claro, Larry Willis y otra gente por el estilo estaban que trinaban y todo eso empezó a generar como un contra-movimiento de decir “pero qué pasa con estos flacos, los están inventando, los están fabricando con una máquina”. Y en algún momento, periodistas bien intencionados que veían que estaba pasando eso dan lugar a que la prensa norteamericana triture y ponga en cuadraditos. Es mucho más fácil poner fotos y decir “éste es Dios, éste es el Diablo, ésta es la derecha, ésta es la izquierda…” todo es así. Es como más radical, como más fácil digerir la información; entonces sale la prensa y dice “¿ven? miren las macanas que se mandan promocionando a estos pibes que nunca salieron a la calle”. Y mucho más allá de esto… hay un disco. ¿Y cuál es entonces la trascendencia de todo esto? A ese pibe seguramente le cambiaron el rumbo de la carrera. Seguramente. Pero es un riesgo que se corre.