Fernando Tarrés: Con Guitarra Es Otra Cosa
La primera charla que mantuvimos con Tarrés fue hace muchos años; en esa ocasión, vino a Buenos Aires a presentarse en el ya desaparecido Oliverio de la calle Paraná, un sótano por el que desfilaron muchos de los más importantes músicos del jazz argentino en la década del ’90 y donde también recalaron algunos músicos internacionales.
Tarrés vino con un par de discos que había grabado y editado en Estados Unidos y recuerdo no sólo la refrescante versión de El Humahuaqueño, sino que había venido acompañado por un tremendo seleccionado de músicos entre los cuales se destacaban el saxofonista Donny McCaslin y el pianista panameño Danilo Pérez.
Y esto que voy a comentar es tal cual lo recuerdo o como al menos lo interpreté en esa ocasión.
En un momento del espectáculo (al cual asistimos casi menos personas que la sumatoria de los músicos), Tarrés comienza a inquietarse, a buscar algo que estaba más allá del escenario, seguramente incómodo porque el sonido no era bueno. En realidad era espantoso. Hace una seña a sus colegas, deja su guitarra acústica a un lado, baja del escenario y se dirige a la consola de sonido. Veo claramente (yo estaba al lado) que comienza a indicarle al sonidista qué debía tocar y modificar para que lo que estaba surgiendo musicalmente fuera, al menos, entendible.
Tarrés vuelve a su lugar y comienzan con el tercer tema del concierto.
La vida auditiva de todos nosotros fue otra y ahí pensé que este tipo delgado, de andar cansino, de hablar pausado y claro y con la típica tonada cordobesa se merecía (para empezar) el respeto de todos nosotros.
De paso… el show fue tremendo, con el líder generando espacios y Danilo haciendo maravillas en un teclado de dudosa procedencia y valía.
Hoy Fernando Tarrés está radicado en Buenos Aires desde hace varios años, en plena actividad y con respecto al jazz se permite afirmar que hoy por hoy “estoy convencido que el movimiento existe”.
En la charla surgen reiteradamente ideas asociadas con la fotografía. Tarrés apela una y otra vez a ella para explicar sus sensaciones de tiempos pasados que no parecen haber sido mejores.
Si yo comparo lo que vi a mediados de los ‘90 con lo que veo ahora, hay un océano de diferencia. De lo que no estoy seguro es si lo que vi en aquel momento fue real. O sea, doy fe de lo que veo ahora porque vivo acá, conozco los personajes, la intra-historia. En ese momento lo mío era una especie de aterrizaje, era venir, charlar con algún músico amigo, tocar e irme. Noto que ahora se está generando como un envión que es definitivamente bueno. Yo me acuerdo de la primera nota que Pradines (César, periodista del diario La Nación) hizo de música (y esto incluso lo hablé con él después); fue en la casa del guitarrista Guillermo Bazzola; y estaban él, Ernesto Jodos, Hernán Merlo, Enrique Norris y alguien más que no recuerdo. Bazzola me dijo “veníte que están fotografiando como que existe un pequeño panorama del jazz en la Argentina”. Yo estaba de paso por Bs. As., pero igual fui a la nota; estuve bastante callado pero me acuerdo de una sensación, insisto, relativa en ese momento; yo me decía “qué pasa con esta gente que está dormida”. O sea, tenían la oportunidad de que había ido un periodista de un diario a hacerles una nota, invitándolos a hablar de lo que hacen y era como una falta de entusiasmo… porque recuerdo que Pradines preguntó “¿planes para el año?” y todos se miraron como diciendo “¿de qué habla este tipo?” Y por ahí Merlo dijo que se estaba por ir a Europa pero aclaró rápidamente que era una joda. Ya era una cosa casi patética, como burlona por lo triste que se veía el panorama. Y yo siento que ahora no, que hay una energía para adelante, que hay como una alegría por cosas que están pasando; y si vos juntaras ahora a esa misma gente, en esa misma casa y le hicieras la misma pregunta, habría respuestas serias. Ahora hay una cotidianeidad mucho más rica e intensa que en ese momento. Pero nuevamente aclaro; lo que tengo ahora es conciencia plena de lo que ocurre acá; del pasado tengo fotitos. Por eso no te puedo decir cabalmente con qué seriedad se lo tomaba, porque cuando yo me instalé de nuevo en la Argentina empecé a acercarme al laburo de músicos norteamericanos que yo en Estados Unidos no había conocido, como por ejemplo Anthony Braxton. Acá había gente que se mataba escuchando a Braxton, a Dave Douglas, que todavía no estaba plenamente instalado… y se los escuchaba en serio. Qué sé yo… Marty Ehrlich… gente que allá -incluso hoy día- muchos no saben ni que existen y acá en ese momento estaban como al palo con eso. Entonces… el compromiso yo creo que data de un período anterior. Esta gente ya estaba como muy comprometida con lo que hacía. Lo que sí noto ahora es cómo el medio se ha activado y eso me parece que es tremendo porque termina siendo una energía que convoca, porque el tema es ése, ¿no? el traspaso de energía. Si no se emana energía, no vuelve nada. Entonces, de esa energía del artista vuelve una actitud del público que se vuelve cada vez un poquito más activa y una actitud de la gente más joven que empieza a percibir que el proceso tiene su onda; y empiezan a aparecer estos chiquilines que a los 19 años ya te cagan a tortazos… Lo Vuolo por ejemplo…
Hagamos un poco de historia, vos naciste en Córdoba, estudiaste allá y después te viniste a Buenos Aires a estudiar.
Sí, con Carlos Franzetti. Fue después del retorno de la democracia, debe haber sido en 1986 y debo haber estudiado hasta el ’88 más o menos. Él estuvo tres años en el país y luego se fue. Después seguí estudiando con él en New York en 1990, fueron otros tres años. Nunca toqué en Buenos aires salvo en una Bienal de Arte de 1986 organizada por el Gobierno; vine con el grupo que tenía en Córdoba y después vine a grabar un disco en Melopea. Esos fueron mis únicos contactos con Buenos Aires hasta ese momento.